El testimonio de esta cuarta entrega habla de otro daño colateral de las brigadas médicas cubanas: la fractura de las familias

El Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias Henry Reeve fue concebido en 2005 por Fidel Castro. El gobernante quería figurar -cuando la historia fuese contada- como uno de los protagonistas en la ayuda brindada a Estados Unidos tras los daños ocasionados por el devastador huracán Katrina, que dejó más de 1 800 fallecidos. Pero el entonces presidente George W. Bush no autorizó la colaboración de las brigadas médicas cubanas.

Galenos cubanos sí que han estado en Paquistán y Guatemala (2005); Bolivia e Indonesia (2006); México y Perú (2007); China (2008); El Salvador (2009); Haití y Chile (2010); Sierra Leona, Guinea Conakri, y Liberia (2014); Chile, Venezuela, Dominicana y Nepal (2015); Ecuador, Islas Fiji y Haití (2016). Estas naciones fueron afectadas en distintos momentos por terremotos, huracanes, intensas lluvias o emergencias por cólera y ébola.

A la hora de conformar estas brigadas médicas -a veces en muy pocos días por la urgencia de acudir presurosos a quienes las necesitaban- se podían crear ciertos conflictos familiares. Quien quedaba en Cuba al cuidado de los hijos debía cargar con todo el peso de la responsabilidad, y sorteando las consabidas vicisitudes que -con más o menos intensidad- forman parte de la vida de los de la isla.

La fractura de las familias

Una doctora graduada en la isla en 1999 y que hoy reside en Toronto recuerda cómo vivió cuando a su esposo -también médico- le dijeron en 2002: “necesitamos médicos como tú en el Táchira, gente noble, decente y de la UJC. Al regresar, te otorgaremos la especialidad directa de Medicina Intensiva”.

El Táchira es un estado de Venezuela que en la parte oeste tiene frontera con Colombia. Los que allí iban tenían que pasar el “visto bueno” de la Seguridad del Estado. La médico cubana explica: “la oferta era super tentadora para un talentoso médico recién graduado, que estaba frustrado en un consultorio médico inflando globos, como suele decirse allá. Sus horas se gastaban llenando hojas de cargos con pacientes que no veía e historias clínicas de visitas a terreno que no hacía. Sin almorzar. A pata limpia bajo aquel sol. Ya por esa época, más menos, nació la frase: tú haces como que me pagas y yo hago como que trabajo. Se veían los casos importantes pero profilaxis ninguna. Ante tamaña oferta, cualquiera sale a probar suerte. Ese fue el fin de nuestro matrimonio”.

Y concluye la doctora que hoy reside en Toronto y admite que su experiencia no fue única: “gracias a todas estas misiones miles de familias cubanas se destruyeron, pues la lejanía y el tiempo debilitaron la confianza y la fidelidad de muchos matrimonios”.

Ania Liste

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