El arte que ha invadido el barrio respeta la esencia de San Isidro y sus vecinos de siempre
Por mucho tiempo, con la resaca de los burdeles coloniales y republicanos, las casas de juego y los antros en todo su esplendor, San Isidro, en La Habana Vieja, ha sido mirado con ojos esquivos. Marginal era el adjetivo con que no pocos describían al barrio predilecto del chulo habanero Alberto Yarini.
Parecería que arte era lo que menos le interesaba a la gente de aquel lugar, marcada además por vivir en una zona “conflictiva”, por la miseria y el abandono perenne. No obstante, varios han sido los artistas cubanos que han visto en esa barriada algo más que calles mugrientas y grises. Han hallado un espacio para hacer florecer el arte y el vecindario ha agradecido los nuevos cambios.
“Me siento feliz. A cada rato en el parque de al lado ponen música, espectáculos de diversas manifestaciones, llegan artistas y mis nietas se hacen fotos. Lo cierto es que ya uno puede asomarse a la ventana y ver otra cosa”, dice Caridad Otero, quien vive allí hace treinta años.
Una de las instalaciones que destaca por su protección y que a juicio de Oscar del Sol, vecino del sitio, “ha sido todo un boom en la cuadra” es la Galería Taller Gorría, creada por el actor cubano Jorge Perugorría y sus hijos. La galería pretende servir como centro de confluencia de lo mejor de la vanguardia artística nacional e internacional y, por supuesto, favorecer el ambiente donde se encuentran insertos.
Julia María Espinoza recuerda que “cuando se cumplieron los 500 años de La Habana el pasado 16 de noviembre los Perugorría hicieron todo un acontecimiento que trajo la alegría a esta calle y del cual todos disfrutamos. Fue una actividad preciosa, a la que asistieron Los Muñequitos de Matanzas, una de mis agrupaciones preferidas que nunca había podido escuchar en vivo”.
Actually I’ m in San Isidro
La marca de diseño cubano Clandestina, también ha extendido hasta allí sus creaciones con la iniciativa dame tu pullover. “Fue muy lindo. Mi mamá me buscó una blusa blanca que no tenía dibujos y entonces se la di a los diseñadores. La colocaron en una máquina que dejaba la marca en la tela. Pusieron unas letras y dejaron que se secara un tiempo. Cuando me la devolvieron decía, en realidad, yo estoy en San Isidro, (Actually I’ m in San Isidro)”.
El graffiti en San Isidro
El arte urbano está a flor de piel en San Isidro. Es muy fácil hallar graffitis por doquier que han llenado de colores muros, puertas y ventanas. Se espera que para el próximo mes un evento aglutine aquí a diversos representantes de este fenómeno. El Zeta, graffitero, apunta que “estas obras dialogan todo el tiempo con la realidad social del país”.
“El graffiti es eso y siempre ha sido así, un reflejo libre y también medio clandestino, y bohemio, de lo que sucede”.
Aunque transitan los comentarios de que, por ser esta una barriada donde las experiencias y muestras culturales son cada vez más reconocidas y respetadas, el graffiti llegará a tener una connotación apegada a lo legal, tanto El Zeta como otros artistas no están en total acuerdo.
“El graffiti no puede desprenderse de ese carácter transgresor y no creo que conserve su valor en otras circunstancias. Su esencia está en lo que te transmite cuando lo ves, ya sea en la puerta de un garaje, en una vivienda, en una pared o en un puente. Por otra parte, creo que por mucha cultura y buenas nuevas que se traigan aquí este barrio no debe renunciar nunca a esa imagen errante que hasta hace poco lo ha mantenido vivo”.
Texto y fotos: Lucía Jerez