Sus procedimientos alarman. Pero la cola frente a la casa de Jorge Goliat, el curandero milagroso, y los testimonios de quienes aseguran él los curó, sorprenden
Es casi imposible atravesar el gentío, apiñado contra la cerca desde las cinco de la madrugada. Los recién llegados se van anotando en la lista, en manos de uno de los colaboradores de “El Padrino”, como todos lo conocen. El anotador advierte que están en cola personas desde el martes para ver a Jorge Goliat, aun así nadie abandona su puesto.
Para llegar hasta él, hay que bajarse en la parada de Las Piedras, en el Reparto Abel Santamaría de Fontanar, La Habana. Una vez allí, cualquiera puede decirte dónde encontrar al “curandero milagroso”.
Jorge Goliat dice que desde pequeño ve cosas. Por herencia familiar, pertenece a una antigua rama haitiana, en ocasiones se le van parrafadas en esa lengua. Todos los días se levanta temprano y espera. Al final de la jornada, según él, “ha salvado alrededor de 90 vidas”.
No recuerda a ciencia cierta cuando empezó a “operar” de esta manera. De joven y volviendo de un trance espiritual, supo que había realizado uno de estos procedimientos de manera exitosa. “Cuando decidí contarle a mi familia lo que me pasaba, no me creyeron. Uno de los grandes dolores que cargo es, precisamente, no haber podido salvar a mi madre y mi hermano, pues no tenían fe en mí”.
Mientras hablamos, Jorge Goliat ingiere cerca de cinco agujas de coser, con un trago de ron, servido en una copa plástica, muy grande: “Algunas las mastico, otras las trago completas. Este don me quita muchas energías y así es como las repongo. No como nada más hasta que termino con todos los pacientes”.
Goliat asegura que “opera” con un machete de apariencia oxidada y con un trozo de tubería. Antes de cada procedimiento -me cuenta- acerca el instrumental a ese muñeco de la esquina, que aterra, el cual sostiene en sus manos una bandeja, además de un collar e idé de mazo azules.
Con una vela y un pedazo de papel, el curandero pinta una figura humana. En esta especie de radiografía, solo ve “el daño”, y procede a sacarlo, con la ayuda de aquellos espíritus que lo asisten.
Al accionarle una mano, el muñeco balbucea unas cosas en un idioma ininteligible, mientras “el cirujano” lo hace en el suyo antiguo. A la derecha está ella, “la mejor enfermera”. Con la bendición de ambos realiza un corte pequeño. Algunos admiten a esta reportera que cura, “que después de cada “voy a entrar”, bastan menos de 20 segundos para devolverle el bienestar al paciente”. Alguien añade además: “Delante de mí entró un señor con un pie muerto luego de un accidente cerebro vascular; salió caminando”.
El período de recuperación es de 15 minutos: “En ocasiones causa mareos, vómitos o simplemente se te aflojan las piernas, pues el efecto de la anestesia es muy corto; está en el machete”, refiere el curandero del reparto Abel Santamaría. Las historias que circulan de boca en boca hablan de que ninguno de los pacientes se queja durante la invasión, aunque le estén abriendo la cabeza; y se le atribuyen más de 7 mil operaciones.
Alguien en la cola confiesa que vino hasta él cuando escuchó de que “ha hecho caminar a quienes la ciencia les dijo no poder hacerlo de nuevo, ha extraído balas alojadas en la columna, o ha sacado tumores”.
Quienes esperan afuera lo creen un santo. Entre ellos, Adela sobresale, inquieta. “Vine el domingo con mi marido, a quien le habían dado a comer algo malo. Aunque él no atiende los fines de semana, nos hizo pasar y le sacó “la toma” con un brebaje a base de huevo, ron, café y no sé qué otra cosa”, afirma.
“A mí, aprovechó ahí mismo y me extrajo unos cálculos de los riñones. ¡Todavía los tengo en la casa! Ahora vine porque me falta el otro órgano, y prefiero esto a estar esperando por un hospital. ¡Te lo juro! Me fui de aquí con una venda, y a las doce en punto me la quité, me lavé con agua y jabón… como si me hubiese arañado un gato. Pienso que el Estado debería darle las comodidades básicas: ese hombre es un santo”, concluye.
Sin embargo, las autoridades no están muy felices con Jorge Goliat: “Vinieron a verme, para preguntar de dónde sacaba los instrumentos, pedirme papeles, etcétera; yo les mostré que trabajo con instrumental esterilizado, mi machete está hervido, pasa por alcohol antes de cada procedimiento; yo no voy a casa de nadie a buscarlo, la gente viene hasta aquí y no puedo negarles mi don”.
Iliana, una vecina de su barrio, se persigna cuando pregunto por él: “Ese señor hace cosas del diablo, de espaldas a Jehová. Yo no quiero tener que ver nada con él, pues va a ser reprendido por el altísimo”.
A él le importa poco. “Creo en Dios y en Cristo. Una vez me senté a hablar con el pastor de una congregación cercana, sinceramente. Al terminar me presentó sus respetos, y habló con “sus fieles” con respecto a mí, calmando en ellos cualquier asomo de duda. Así, en ocasiones, me tomo un tiempo para ir a una iglesia y orar”.
Detrás de la cerca, todos quieren contar sus milagros. Uno por uno se refieren a las bondades de Jorge, se emocionan, lloran. Algunos comentan que, en los próximos días, el boxeador cubano Felix Savón llegará a pedir uno de sus milagros.
“Si hubiese llegado antes, hubiese visto el caso del cáncer de pulmón. Él salió y, sin conocer las dolencias de nadie, pidió a la persona afectada por ese mal que pasase. Estaba en silla de ruedas, con oxígeno puesto, desahuciado. Salió caminando. Sin dudas fue Dios quien lo puso aquí, para ayudar a un pueblo tan necesitado”, me cuenta una joven, quien llegó buscando una solución para su madre.
Texto y fotos: María Carla Prieto
No falta el que habla mierda por eso están como están este señor es humilde trata de alludar con lo pueda y como dice el dicho si no vas alludar no moleste