182 042 infectados alrededor del planeta y 7 mil 260 fallecidos por coronavirus. Pero el gobierno de Cuba intenta aparentar normalidad y prosigue su baile en un campo de minas
Mientras el mundo entero se atrinchera para combatir la pandemia de coronavirus, en Cuba existe una normalidad inquietante y su gobierno continúa bailando en un campo de minas.
182 042 infectados alrededor del planeta, 7 mil 260 fallecidos, fronteras cerradas, ciudades en cuarentena, cancelaciones de viajes y de eventos culturales y deportivos, turismo en stand by y caída de la bolsa de valores. Nada parece inmutar a los que dirigen el destino de los cubanos en la isla, a pesar de reconocer ya cinco casos positivos dentro de su territorio y de retener a casi 300 personas sospechosas en sus hospitales.
Acostumbrados nos tienen desde que llegó al poder la revolución de 1959 a ser la oveja negra del mundo, los disidentes mundiales, los que navegan a contracorriente y los que siempre dan la nota negativa ante situaciones especiales; y ahora, no puede ser la excepción de la regla.
No importa el nivel altísimo de contagio ni el sonido de las alarmas retumbando en los oídos del mundo, la ocasión es propicia para anotarse puntos con la historia, para tratar de lavarse un poco el fango antidemocrático que los envuelve y desviar los dedos acusadores de su posición eterna apuntando encima de las libertades sociales y de los derechos más elementales de los seres humanos.
No hablemos de cifras ocultas ni de polvo debajo de la alfombra como han acostumbrado a hacer los regímenes comunistas a lo largo de su existencia. No hay pruebas. Hablemos de sus fronteras abiertas de par de en par, del recibimiento vergonzoso a cuanto turista trasnochado llega, de su infame propaganda, del envío de sus hijos a las zonas rojas y de la reciente noticia de permitir la entrada de un crucero inglés cargado de coronavirus a la bahía de la Habana.
No importa el riesgo, así ha sido siempre y así será hasta el día que el destino o el buen juicio de los hombres le dinamiten los cimientos al sistema. Es un golpe maestro para ganar adeptos a costa de todo, una movida que juega con la sensibilidad de muchos románticos que no pueden ver más allá de sus narices.
Mantener esa postura, empujar a sus fieles con una palmadita en la espalda hacia la fiera tormenta que arrecia afuera para ganar aplausos, no es más que un acto desfachatado de total irrespeto por el futuro y la vida de sus coterráneos.
Exponerlos al contagio por unas míseras monedas que al final no tendrán ningún impacto visible en su moribunda economía, tratar de dar una imagen salvadora del mundo con acciones temerarias mientras el cubano de a pie se arrastra sobre el campo minado, es una insolencia que me avergüenza y me enfurece.
La pandemia avanza. La increíble capacidad de subsistencia de los cubanos dentro de la isla tiene un límite, hemos llevado una carga por años de pesadumbres y vicisitudes y seguimos vivos, pero esta vez no solo se está jugando con la libertad y el derecho de los hombres, estamos hablando de la vida misma, ese regalo que nos dio Dios y que solo él nos puede quitar cuando estime conveniente.
Jesús Albrech