La comunidad LGBTI encuentra en el habanero Cabaret Las Vegas un lugar para disfrutar del espectáculo y refugiarse de miradas acusadoras

En los límites entre Centro Habana y el Vedado, en la calle Infanta, permanece aún el Cabaret Las Vegas. Cuestionado por muchos es, probablemente, el único espacio estatal en la urbe donde los transformistas hacen shows, aplaudidos por un público que en su mayoría pertenece a la comunidad LGBTI.

Oscar Miranda vive a unas pocas cuadras y dice no creerse todavía que en las afueras de la instalación se exhiba con letras grandes y a todo color un cartel que reza “Imperio, el ícono trans de Cuba”.

“Por bastante tiempo este fue un lugar donde los homosexuales se refugiaban y podían tener unas horas de diversión, alejados del gentío que los acechaba con ojos inquisidores”, explica Oscar. “Ya por suerte todo cambió, o al menos eso parece”.

La publicidad de Imperio se refiere a un espectáculo que hace alrededor de cinco años se presenta los martes, jueves y viernes. Un muchacho joven, imposible de reconocer a plena luz del día, se convierte en una diva envuelta en lentejuelas que juega a ser Rocío Jurado, Malú, Gloria Trevi o cualquier otra intérprete con temas melancólicos que arranque de los espectadores las palmas que la hacen sentirse una emperatriz.

El resto de la semana el escenario es de Margot, Devorah o Shakira. El maquillaje y los vestuarios extravagantes hacen su trabajo, y del interior de estos hombres emerge una voz de la que disfrutan quienes llenan las mesas del sitio.

“Generalmente gais, lesbianas y transformistas son los más asiduos. También llegan heterosexuales de Cuba y otras partes del mundo, atraídos por la curiosidad y los comentarios acerca de las presentaciones. Pero esos son los menos. Los estereotipos preocupan mucho a la gente y, sobre todo los cubanos, se cuidan de que los vean entrar aquí”, cuenta el encargado de la barra, mientras intenta sacar brillo a la madera pegajosa y aún húmeda de la noche anterior.

Aunque los empleados del centro mostraron resistencia a la hora de ofrecer información acerca de su dinámica habitual, una de las trabajadoras alcanzó a revelar que se encuentran directamente respaldados por el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), quien no solo los protege, sino que los provee de los recursos necesarios para mantenerse en pie y seguir siendo reflejo de la aparente aceptación de esta comunidad en una sociedad intrínsecamente machista y patriarcal.

En un artículo titulado “Cuando Sara Vaughan cantó en La Habana”, publicado en D’ Cuba Jazz, su autora Rosa Marquetti refiere que durante su estancia en la capital cubana por el año 1957 Vaughan protagonizó una memorable descarga en el Club Las Vegas, a la que asistieron Bebo Valdés, Guillermo Barreto, Elena Burke, José Antonio Méndez y Omara Portuondo. Nadie sabe con certeza cuándo cambió todo, pero en aquella época era un punto de encuentro entre jazzistas.

Ahora el deterioro ha hecho mella en el inmueble. Si bien en las noches la iluminación, la música y el bullicio distraen la atención, de día es perceptible el moho en las paredes, las puertas de cartón, la falta de pintura y el olor a humedad en su interior. A juicio de Clara Fernández, vecina del sitio, “Las Vegas y Radio Progreso (están ubicados uno frente al otro) llevan una maratón a ver cuál gana en abandono”.

Ismael Medina es cliente habitual. En Las Vegas conoció a René, su actual pareja, y allí sigue pasando algunas noches, “porque, aunque digan lo contrario, a nosotros nos aceptan, pero si se te ocurre besar a tu pareja, tomarle de la mano o bailar pegados en algún otro bar, enseguida tienes miles de ojos encima. En Las Vegas no sucede así, casi todos son como nosotros y van a lo mismo. Yo diría que además de diversión hallamos un refugio”.

Texto y fotos: Lucía Jerez


 

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