El argentino Juan Manuel Ballestero no quiso perderse el Día de los Padres en su país natal, y como no había vuelos internacionales, decidió atravesar el océano en solitario para cumplir su deseo.
Este navegante experto estaba en Europa cuando se produjo el cierre de fronteras por el coronavirus y cesaron los vuelos comerciales hacia su país, pero no dudó ni por un momento en reunirse con sus padres, y por eso cruzó el Atlántico en una travesía cargada de aventuras.
Ballestero vivía en un velero de unos 9 metros que compró en Barcelona, una especie de casa flotante para este verdadero lobo de mar, a quien le sorprendió la noticia en la isla de Porto Santo, en el archipiélago portugués de Madeira.
“¿Qué me iba a quedar, encerrado ahí? Quería volver a mi casa. Todavía estaría ahí sin poder ir a ningún lado si me hubiera quedado. Estaría en Porto Santo, solo”, dijo a la BBC el hombre, que lleva el mar en su sangre porque el padre fue capitán de barcos pesqueros y él navegante, socorrista y hasta surfista.
Ese mismo día tomó la determinación de volver a su Argentina natal en el sencillo velero con el cual cruzó el Atlántico, aunque sabía de sobra que no sería un viaje sencillo, porque implicaba poner su vida en peligro.
Cuando zarpó el 24 de marzo, el hombre nacido en Mar del Plata tenía el difícil cometido de llegar antes del Día de los Padres, el 21 de junio, para reunirse con su progenitor, próximo a cumplir 90 años, y con su madre, de 82.
Para atreverse a surcar el inmenso océano, en una travesía de miles de kilómetros, ningún impulso sería mejor que el temor del marinero de 47 años de no poder verlos más por causa del coronavirus.
“Pensé lo peor. Si este era un virus imparable, capaz era la última opción que tenía de volver a verlos”, contó a BBC Ballestero, quien había completado una ruta parecida en 2010 hasta Mar del Plata, pero con salida en Barcelona.
Para documentar su viaje, abrió una cuenta de Instagram que serviría como una suerte de diario de la fabulosa aventura que duró 85 días inolvidables e inquietantes, con un rosario de contratiempos que pudieran servir para escribir un libro.
Juan Manuel cruzó el Atlántico sin sofisticados medios de navegación, apenas con cartas náuticas y una radio de alta frecuencia que alcanza pocos kilómetros, así como un sistema de identificación automática que solo enseña la ubicación de objetos cercanos.
Embarcó unas 160 latas de alimento, desde guiso de lentejas, habas con chorizo y atún, hasta frutas en conserva como piña y duraznos, además de avena, frutos secos y miel, añade el reporte del medio británico.
Fueron más de 10 000 kilómetros en el frágil velero con el miedo de no poder ver a sus padres. Cuando intentó hacer escala en Cabo Verde, un barco de la policía lo embistió para impedírselo y hasta cree que fue perseguido por piratas que suelen frecuentar las costas de ese país.
“Poco después de salir de Cabo Verde me empezó a seguir una embarcación. Era de noche y yo veía que la luz me seguía y me seguía. Nunca me había pasado algo así”, contó.
Incluso, el viento necesario para impulsar su velero lo traicionó a medio camino entre África y América, cuando dejó de soplar el día 25 de la travesía. Allí estuvo unos 10 días sin moverse, esperando con angustia, hasta que la naturaleza volvió a sonreírle.
Ya cuando estaba cerca de las costas de Brasil, y casi soñaba con el final, una ola causó serios daños al barco, pero por fortuna pudo reconstruir las piezas en una cercana ciudad de ese país.
Casi tres meses después de sortear tantos problemas, Ballestero cruzó el Atlántico y ancló en el Club Náutico Mar de Plata, en donde permaneció varios días sin poder salir del barco, hasta que un amigo le pagó un test de coronavirus.
Con el resultado negativo en sus manos, Juan Manuel pudo reunirse con sus queridos padres y celebrar. Para recordar su hazaña, compartió una foto con un simple y emotivo texto: “¡Misión Cumplida! La fe cruza océanos”.
Julio Linares