El presidente de los EEUU envía mensaje a los cubanos por el 20 de mayo y agradece a los cubanoamericanos que lo apoyan
“Nos enorgullece acompañar al pueblo de Cuba en el Día de su Independencia”, dijo ayer desde la Casa Blanca el presidente Donald Trump. Luego el mandatario agregaba: “estamos con ustedes, pensando en ustedes, luchando con ustedes”. El mandatario estadounidense tuvo un momento de su discurso para manifestar su orgullo por los cubanoamericanos, a los que también planteó: “me alegra que estén a mi lado”.
En la historia del país caribeño, el 20 de mayo de 1902 es una fecha marcada porque fue declarada oficialmente la República de Cuba. Sin embargo, el 20 de mayo no se celebra en la isla luego de la llegada de Fidel Castro al poder en 1959.
Ayer mismo el canciller Bruno Rodríguez expresaba en redes sociales: “Los cubanos no celebramos el 20 de mayo.
Es una fecha festiva solo para quienes guardan pretensiones de dominación imperialista sobre #Cuba. Revísese la historia”.
El Secretario de Estado #EEUU miente. Los cubanos no celebramos el 20 de mayo.
Es una fecha festiva solo para quienes guardan pretensiones de dominación imperialista sobre #Cuba.
Revísese la historia.
— Bruno Rodríguez P (@BrunoRguezP) May 20, 2020
Es lo de siempre. Desde 1959 se decreta hasta qué podemos celebrar. La llamada Revolución, la de 1959, intentando borrar a conveniencia la otra historia de la isla, la que no tiene que ver con ellos. Como si lo transcurrido antes de 1959 no formara parte de lo que -para bien o para mal- somos como nación. Como si solo ellos, los que se autoproclaman revolucionarios y fidelistas, fueran la única salvación para 11 millones de cubanos.
Otros, y no únicamente algunos de los cubanos que viven fuera de la isla, piensan diferente. En diciembre del 2018, en un artículo aparecido en el portal El Estornudo -firmado por el colega Juan Orlando Pérez- se apuntaba: los culpables de esta resurrección republicana son los turistas, que cuando van a Cuba no se tiran fotos en la Piscina Gigante de Alamar, o junto a la Sala Polivalente Kid Chocolate, sino en la escalinata de la Universidad, en la Bodeguita del Medio, en La Vigía, en las rocosas calles de Centro Habana, o manejando un Chevy Deluxe de 1952 a lo largo y ancho del Malecón. O, fuera de La Habana, en las melancólicas ciudades coloniales, Trinidad, Cienfuegos, Camagüey. Lo que los extranjeros ven mejor, más claramente en Cuba, no es lo que la Revolución construyó, sino lo que la sobrevivió. La narrativa comercial que impuso el turismo mundial a Cuba, cuando Fidel dejó que los turistas extranjeros se asomaran a la isla, no fue la de un país en pleno goce de su atormentada normalidad, sino la de un parque temático de los 50, no la patria de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, de Tomás Gutiérrez Alea y Fernando Pérez, de Reina María Rodríguez y Ángel Escobar, no el país absurdo de la libreta de abastecimiento, los cubos de agua, la cocina de luz brillante y Villa Marista, sino el set de la segunda parte de El Padrino. La Revolución, en esa narrativa, era necesariamente una aberración, la brusca interrupción de la sociedad y la cultura de la República, un oscuro capítulo jacobino, Guevara nuestro Saint-Just, Fidel nuestro Robespierre, entre el gentil pasado republicano y la inevitable restauración capitalista.
(Artículo de opinión)