Se le puede encontrar en la Plaza de la Catedral. Delaine no para de sonreír mientras muchos guardan su foto como recuerdo de viaje
Delaine parece sacada del siglo XIX. Posa para las fotos con sus pulseras, su pañuelo rojo en el cabello y un tabaco que sostiene sin fumarlo. La Negrita, como la conocen sus amigos, se pasa sus horas de trabajo sonriendo en una esquina de la plaza de la Catedral, en La Habana Vieja.
“Somos una copia de las mulatas que una vez le dieron vida a esta ciudad vendiendo frutas, flores, hierbas, panes y de todo lo que se pudiera llevar en una cesta”, afirma Delaine mientras me muestra el interior de la suya antes de la próxima foto.
“Lo mío son las fotos, sonreírle al público para ganarme mis pesitos. A veces hasta doy explicaciones de la historia de la plaza y cobro por eso. Muchos extranjeros prefieren el recorrido que les ofrecemos antes que el de cualquier guía turística, porque se sienten identificados con los personajes que representamos”, aclara.
Comenzó este trabajo desde joven, hace más de 20 años. “Primero estuve en la Plaza de Armas, hasta que un día decidí probar suerte de este lado porque no me estaba yendo bien, y me quedé. Aquí tenemos todo un recorrido criollo preparado para los turistas: cartománticas, peinadoras y floristas. Este sitio es como un viaje en el tiempo”.
¿Picture?, pregona desde su asiento. Su inglés no es bueno, ni siquiera lo ha estudiado, pero sus pocos conocimientos le bastan para comunicarse. Y así Delaine se va haciendo fotos.
Las ropas que usa son confeccionadas por una costurera particular, pero ella se encarga del diseño personalmente porque le gusta marcar la diferencia. “La forma en que uno viste muestra mucho de lo que eres en realidad. Mis batas dicen que soy de aquí, que soy parte de la esencia de este país”. Mientras conversamos, varios viajeros se asoman en busca de una foto diferente con Delaine. “Las mujeres buscan mis abanicos, y los hombres llevarse mi puro a la boca o posar al lado de una cubana auténtica”.
Ser cuentapropista en La Habana Vieja tiene sus altibajos. Al igual que en el resto de los negocios privados, quienes se dedican a este han tenido que buscar alternativas, tanto para hacer dinero como para conservar la licencia. Entre los momentos bajos para ella, destaca la caída del turismo en los últimos tiempos, pues su trabajo depende de la cantidad de visitantes que arriben a la ciudad.
De lunes a viernes busca llenar su botín de propinas, “para poder vivir. Pero si la cosa se pone mala, me planto aquí los fines de semana y algo gano. No hay quien se resista a una sonrisa de la Negrita”, expresa.
El rostro de Delaine ha quedado en más fotos de las que pueda recordar. Ese el relato de una Cuba del pasado, que le muestra al que llega los encantos por los que muchos se enamoraron de esta isla. Ella asegura que tiene “un trabajo sencillo”, que solo tiene que “adornar La Habana”.
Texto y fotos: Vladia Rosa García
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