Pese que su economía apenas se lo permite, Dalia protege con esmero a 57 gatos

A las nueve de la mañana, cada día, Dalia está allí. Es puntual. Recorre el habanero parque La Maestranza por cada rincón buscando a “sus niños”, así les llama. Son en total 57 gatos.

Hoy  no quisieron comer. “Es que ellos están acostumbrados al pescado, pero hace una pila de días no tengo; el hígado no les gusta”, asegura.

Les habla, insiste, casi ruega. Por fin, convencida, recoge cada uno de los platos, guarda en el carrito el sobrante, que repartirá cuando cierre el parque. Para Dalia esta es una derrota, pues conseguir esta comida de hoy para los 57 gatos le ha costado 100 pesos cubanos, mucho para su depauperada economía.

Finalmente empieza a barrer cuidadosamente cada resto de comida en la acera del parque La Maestranza: “Aquí debo estar más tiesa que una vela, pues la gente está loca por sacarme a ver si se quita tanto gato de encima. La guerra se me ha hecho sin cuartel”, reconoce.

Dalia cumplirá 70 años próximamente. Su edad, nuestra economía -cada vez más desajustada- o los repetidos intentos por denigrar su labor no impiden que atienda a ciento tres animales. “Los alimento dos veces al día, los medico, los esterilizo y defiendo de las personas. Los seres humanos nos creemos superiores, con derecho a hacer cualquier monstruosidad con un animal”, lamenta.

“Cada uno de mis gatos tiene una historia triste, de abandono y abuso la mayoría; suelo darles un nombre y ejercer como madre mientras viva. Recuerdo que empecé muy joven, alimentando solamente. Cuando tuve mi independencia y un espacio propio, los empecé a recoger”.

Según nos cuenta, ella y su esposo comparten un modesto apartamento con 40 gatos adultos y 5 de muy poco tiempo, además de otros tres que intenta mantener en la azotea, a espaldas de sus vecinos. “La gente se pregunta por qué vivimos prácticamente encerrados allí dentro, y es por mantenerlos a ellos a salvo. Nadie imagina que, en mi casa, es probable encontrar un felino en cualquier centímetro”.

Su vida está consagrada, por entero, a estos animales. “Yo no cojo ni vacaciones. La última vez, cuando volví, me habían llamado a Zoonosis y esa institución me mató unos cuantos; otros se los llevaban algunos trabajadores para botarlos en el camino”, recuerda con amargura.

Batallas libra Dalia todos los días. En los días previos a la pasada Bienal de La Habana, directivos de la Oficina del Historiador de la Ciudad –a espaldas de Eusebio Leal-, y en componenda con la institución del Estado encargada del control animal en Cuba, pretendían asesinar toda su colonia de 57 gatos.

“La suerte fue que yo siempre los tengo limpios, medicados, sanos. Cuando llegaron para hacer el reconocimiento se toparon con ese panorama, por lo cual el director de Zoonosis dijo que eso era un crimen burdo, que él no iba a cometer”, agrega.

En repetidas ocasiones me habla de la protección animal, la de ahora: “Me parece una moda, y deberías cuidarte de los falsos protectores. La semana pasada vino un muchacho joven interesado en hacerse una foto con todos mis gatos, enseguida supe que él también estaba montado en la ola”, refiere.

Para Dalia, se necesita ser parte activa siempre, aunque se haga un poquito. Nuestra conversación termina. Aunque quisiera saber más, ella debe empezar su jornada de trabajo. Antes de esto, realiza el último recorrido por el parque, se centra en no dejar restos de comida, y esconde platos y cartones embarrados debajo de un contenedor. “No me puedo ir, pues estoy segura de que me los matan. Yo estoy aquí por ellos”, finaliza Dalia.

Texto y fotos: María Carla Prieto

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