El documental Sueños al Pairo, que pretende ser una revindicación de la carrera musical del excelentísimo Mike Porcel y cuya divulgación en la isla fue censurada por mostrar la realidad de una casta de “revolucionarios” violentos e intolerantes que lapidó y traumatizó para siempre la vida de no pocas personas que en el año 80 manifestaron sus deseos de irse del país en el éxodo del Mariel, ha sacado la luz a no pocos oportunistas.
Hay imágenes que perduran siempre cada vez que uno disfruta un material audiovisual. Puede ser una frase, un lugar, un personaje… o el cúmulo de varios; aunque es imposible resumir en una frase, toda una vida; todo un material.
En estos momentos se habla – y mucho – del “susurro” de Silvio Rodríguez. El trovador reconoció en su blog Segunda Cita – aunque no tuvo al parecer la decencia o el compromiso de decirlo él mismo personalmente en el documental, pues se negó a brindar testimonio a los realizadores – haber participado en la turba que plantó cara y cuerpo delante de la casa de su amigo Mike, a gritar improperios, lanzar huevos y entrarle patadas a la puerta.
Silvio dice que él no hizo eso, que él solo gritó una consigna, pero dice que ni siquiera la gritó, sino que la susurró. Nadie tiene constancia de lo que hizo o dijo, si fue alto o bajito, o si fue una sola vez o fueron muchas las veces. Increíblemente el trovador dice haber ido el día antes a casa de Mike Porcel, pues se enteró que estaba vendiendo sus cosas para irse del país. Probablemente Silvio haya comprado a precio de ganga una guitarra, o un juego de cuerdas, pero eso nunca lo sabremos.
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Tampoco quiso dar sus declaraciones en el documental Alberto Falla; ni Carlos Alfonso, con quien Mike Porcel fundó el grupo Síntesis. Tal vez, de no ser por Mike, Síntesis ni existiera, pero Alfonso se negó a dar su testimonio. ¿Habrá pensado que José Luis Aparicio y Fernando Fraguela eran par de imberbes documentalistas a los que él no merecía ofrecer declaraciones?
Tal vez por vividas, las imágenes del apaleamiento que muestra el documental; las de las personas a bordo de los barcos saliendo del país, u otras, por reiteradas y vistas otras tantas veces, no duelan tanto a quien escribe; pero escuchar de la boca de Amaury Pérez el relato del día en que él y Porcel – ya desaparecido por aquel entonces del mapa musical cubano – venían caminando por una calle y se encontraron con dos amigos de Mike Porcel y ver como estos cruzaron de acera cuando se lo encontraron, duele mucho, porque quien escribe conoce de esas “ligerezas” del alma. De la hipocresía y la doble moral.
Es una lástima que Amaury no haya dicho los nombres de esos que – ¡quién lo sabe! – ahora mismo, tal vez, estén viviendo en Miami. Se me antoja que quizás se refiera a Frank Fernández o a José María Vitier, dos de los que brindaron testimonios en el documental y a quienes por momentos se les deja ver su militancia miedosa en el regodeo que tienen al recordar lo sucedido. Sobre todo Frank, quien se manifiesta bastante “militante”.
Fue doloroso escuchar cómo Amaury cuenta que “la gente de la UJC”, al hablar de su primer disco donde Porcel puso buena parte de la orquestación, dijo que Mike “era un contrarrevolucionario, porque no puso tumbadoras ni bongoes”.
“Nos mandaron a un Consejo de Trabajo en el Zoológico, a alimentar a los leones. Yo decía: ¿Qué le pasa a esta gente? ¿Están locos todos?“, expresa Amaury en el documental.
El propio Amaury al hablar de la época en que se sitúa el “movimiento” que terminó con la carrera musical en Cuba de Mike Porcel dice:
“Había que ser de Patria o Muerte, Venceremos; Socialismo o Muerte; si tú no eras de esos, estabas frito. Totalmente frito.”
Sin embargo, nada supera el llanto contenido del actor Daniel García Rangel, el “Juan Primito” de Doña Bárbara, amigo personal de Porcel, quien reconoce que en esa época, no alinearse a los preceptos de la Revolución, podía acabar con la carrera del artista.
“Uds no pueden darse cuenta de eso porque no lo vivieron,” dice García a los realizadores. “Uno tenía miedo.”
García recordó cómo, años después de Mike haber sido lapidado musicalmente en la revolucionaria Cuba, él se lo encontró por la calle Galiano. Había ya pasado el 80´, Mike seguía siendo “la peste” dentro del movimiento de artistas cubanos; el gusano – como dice Amaury en el documental que lo llamaban – y Daniel, amigo de él muy íntimo lo saludó como si el tiempo no hubiera pasado.
“Después me enteré que él había dicho que una de las pocas personas que lo había saludo en la calle había sido yo,” expresó Daniel justo antes de lanzar un sonado suspiro; detener su voz, bajar la vista, y llevarse una mano al lagrimal y apretar fuerte, como si en ese momento quisiera oprimir toda la vergüenza que implica rechazarle el saludo a un amigo.
Esa, para quien escribe, es la escena que con mayor dolor resume el momento de oportunismo vivido en los meses que rodearon el éxodo del Mariel; la fragmentación de no pocas amistades, no pocas familias.
Ese momento que, aún hoy, 40 años después de lo sucedido, le ha impedido al oficialismo cubano y a no pocos de sus hijos “machos” decirle a Mike, aún desde la distancia, un sincerísimo “LO SIENTO”.
por Roberto A.
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