Dicen los más viejos que antes los cubanos demostraban más fe a la Virgen del Camino. Lo cierto es que las flores no le faltan en San Miguel del Padrón
Confieso que cuando subí las escaleras hasta el monumento, me agarrotaba un poco el miedo de antaño. De pequeña, solo vi a la Virgen del Camino de soslayo, siempre por la espalda. Mi tío, por molestar, me decía que era una bruja mala, capaz de devorar niños. En el fondo, y hasta ayer, lo continuaba creyendo.
Atravesé la glorieta no tan cuidada donde, a la vista de la deidad, se enamoraban unos pocos. Dejé atrás un grupo de jóvenes sentados a sus pies y estaba ella: majestuosa y monumental.
En ese momento sentí que llevaba años perdiéndome uno de los espacios más especiales de mi Cuba. Muy distinta de la española patrona de León y Pamplona, la cubana Virgen del Camino tiene esa delicadeza, mezcla de movimiento y bravura que solo Rita Longa era capaz de imprimir en sus creaciones.
Nace pura pues, de entre los pétalos de una flor divina. Cada día, debe lidiar con los ramos entregados por los fieles en señal de afecto. Estos casi tapan la Rosa de los Vientos que sostiene como madre devota cuya labor es guiar los pasos de los viajeros.
Construida por orden del arquitecto José R. San Martín durante el gobierno de Grau San Martín, la patrona de los Viajeros Peregrinos custodia la entrada y salida capitalina desde 1948. Está ubicada en la rotonda que une la Calzada de Luyanó, la de San Miguel y la Carretera Central.
Muchas leyendas se ciernen sobre ella. La más extendida dice que la deidad comenzó a ser adorada en la localidad mediante estampas distribuidas entre sus habitantes. Pero que fue la escultura que sobreviviera al incendio de una cafetería aledaña, la inspiración para esta Venus cubana.
Alba, una anciana residente en San Miguel del Padrón, recuerda acerca de la Virgen del Camino: “antes de la Revolución sí se le rendía verdadero culto; está esculpida con monedas de la época, porque la gente las dejaba en el lugar”.
Según cuenta la anciana, una vez inaugurada la escultura, los transeúntes continuaban depositando ofrendas monetarias a los pies de la virgen, o las arrojaban dentro de la fuente. En el lugar siempre había un guardián, encargado de velar por estos fondos, destinados en su mayoría a la caridad.
“Luego del 59, esta costumbre se mantuvo, pero en menor cuantía. Cuando la cosa se empezó a poner mala, las personas se llevaban el dinero. Finalmente la costumbre casi desapareció. Si arrojas una moneda hoy día, no la encontrarás una hora más tarde”, concluyó la entrevistada.
Los fieles no faltan. Pasar por allí es excusa suficiente para llegar a pedir hasta lo innecesario. Algunos tienen la creencia de que, por formar parte del monumento, sus aguas son benditas, “por eso es normal ver a la gente prácticamente bañándose en la fuente”.
Cuando llego, un señor con collares de la religión yoruba, me deja ser testigo de su fe: hincado ante su poder, le pide en silencio, con los ojos cerrados. Cuando finaliza, se inclina para alcanzar los chorros de agua, con los cuales moja su cara, cuello, brazos y piernas. Luego de ese ritual, recoge sus pertenencias y desaparece rápidamente.
Queda entonces sola la Virgen del Camino con los capoeiristas. El grupo, de casi una decena, viene aquí a practicar cada día, hasta que se pone el sol. Uno de ellos admite “sentirse protegido” en este lugar.
“El capoeira es un arte marcial, sobre todo, de conexión espiritual, más en nuestro caso, pues somos un grupo de amigos. Necesitamos la tranquilidad para sincronizar nuestros movimientos y así no hacernos daños. Este es el espacio perfecto”.
La Virgen del Camino se mantiene regia, protectora; yo la espío. En mi mente, pido perdón por mi insensatez de niña. Ni asiente ni niega, solo guía. Como todo el viajero que se acerca, intento obtener sus favores.
Un señor llega a mi derecha y le pregunto, desorientada, que se le pide: “Limpiar los caminos, traer las cosas buenas. Como tal no es una deidad, pero a su alrededor se ha creado todo un mito popular, la gente le tiene fe”.
“Hoy está más linda que nunca. Últimamente, el monumento estaba apagado, la fuente no tenía agua o la estatua carecía de flores”, añade. Para mi suerte, puedo admirarla en todo su esplendor.
Cierro los ojos y pido. Cuando los abro, ya el hombre se ha marchado; hago lo mismo. A lo lejos aún se escuchan los muchachos cantando un dialecto raro, pretendiendo imitar el portugués de los esclavos brasileños de antaño.
La imagen de la Virgen del Camino parece caminar hasta el viajero, ofreciéndole la salvación, indicando el camino a seguir. Se me hace imposible no volver a mirar. Es sencillamente bella La Virgen del Camino.
Texto y fotos: María Carla Prieto
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