Al principio, Irma hacía las trenzas a su hija, sus sobrinas o a vecinas. Hoy es su modo de ganarse la vida, aunque la jugada está dura
Irma peina en la Plaza Vieja. Allí está su lugar de trabajo. Comenzó a tejer el cabello en casa, con su hija, sus sobrinas y algunas vecinas que de vez en cuando decidían cambiar el estilo.
“Iban a verme porque las hago las trenzas bien apretadas, pegadas al cráneo y duran hasta una semana. Así se ahorra tiempo en las mañanas, es una preocupación menos a la hora de salir”.
Con los años, decidió salir de su zona de confort y aventurarse en la Habana Vieja, a ganarse un dinerito. “Esto siempre llama la atención de los turistas, sobre todo los europeos, por eso comencé a visitar la Catedral”.
En ese momento éramos pocas las mujeres que peinábamos en la calle, lo teníamos prohibido y por miedo, casi nunca pregonaba mis servicios. Los clientes llegaban a mí por personas conocidas y porque en otras ocasiones habían escuchado hablar de la “muchacha de las trenzas”, aclara.
Al principio su habilidad era escasa y se demoraba mucho en llenar una cabeza. Luego sus manos se fueron acostumbrando a hacer las trenzas y eso dejó de ser un problema. “Máximo 10 minutos si el pelo es largo, sino lo hago corriendo. La mayoría de los extranjeros andan en grupo y no todos están dispuestos a esperar para que la otra persona se peine. Eso hace las cosas más difíciles. Lo bueno es que siempre hay alguien fascinado con la cultura cubana que decide dedicarme un rato”.
Además de las trenzas de varios tipos y formas, Irma pone extensiones, implantes y hace peinados rasta. “Pero esas cosas tienen que ser por encargo, o con mucha paciencia, porque tardan una eternidad para terminarse”.
Había semanas que no paraba de trabajar, desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde. Terminaba cansada pero al menos se iba con las manos llenas. Pero la persecución de la policía la llevó a trasladar su arte por un tiempo hasta la playa, a la orilla del hotel Atlántico, en Santa María.
Se levantaba desde las cuatro de la madrugada para llegar temprano y asegurar los peinados de todo el día. “Allí sí resolví bastante. Las turistas se sentaban en las tumbonas mientras yo las arreglaba. A veces hasta me invitaban a almorzar y me pagaban el carro de regreso a la casa. Hasta aprendí a hablar italiano. Conocí muchas personas y con lo que ganaba me alcanzaba para vivir bien”.
La suerte de Irma ha cambiado en los últimos tiempos. Ella, como la mayoría de los cuentapropistas de la isla, extraña la temporada de los cruceros, época que a diario ganaba hasta 30 CUC.
Últimamente escuchas más “no, gracias” que el sí. Ahora mismo llevo quince días sin tocar una cabeza. “Antes tenía una ayudante y mientras yo esperaba ella se movía por la plaza buscando personas para peinar. Pero como está la situación no me puedo dar el lujo de pagar una patente al Estado y un salario aparte. Ahora tengo que caminar atrás de las personas con las fotos y le pido a cualquiera que me vigile las cosas; aquí me conoce todo el mundo y me hacen el favor”.
Encontrar los utensilios de trabajo es de las mayores dificultades: “Me levanto todos los días con el impulso de hacer lo que me gusta, sin embargo la jugada te lo pone muy difícil. Las ligas y las bolas que sirven para adornar no las hay ni siquiera en las tiendas. Muchas son regalos de los propios turistas y otras compradas a los particulares, 5 CUC cada paquete, lo mismo que cobro yo por un peinado cuando la cosa está buena”.
Ya son las pasadas las tres de la tarde y aún al puesto improvisado de Irma no ha llegado ningún interesado. “Parece que hoy la historia se repite, me toca irme en blanco”, comenta a la vez que recoge sus útiles.
Texto y foto: Vladia Rosa García