Quienes en Cuba viven en provincia, lo tienen cada vez más difícil para ver una buena película. Muchos cines de estas zonas parecen haber cerrado para siempre

Mucho antes de ser papá, Diego soñaba con llevar a su hijo al cine. Enseñarle la pantalla enorme. Comprar rositas de maíz y ver una comedia de dos horas. Seguramente le contaría sobre los actores, y le leería algún subtítulo que no alcanzó a ver. Pero por desgracia de ambos, ni él ni su hijo nacieron en otro lugar del mundo. No solo vivían en la provincia de Artemisa. Eran de un pueblo donde nadie recuerda cuándo fue que cerró el cine para siempre.

“Despidieron hace tiempo a la acomodadora, porque obviamente no hay visitantes a los que atender. Tampoco se venden tickets en las taquillas. Solo permanece un custodio que no sabemos qué es lo que cuida”, cuenta con pesar el joven.

Aunque en la ciudad estos espacios a veces retoman su función y abren las puertas para presentar filmes, documentales, conciertos o partidos de fútbol, no sucede así en las regiones de provincia, que han quedado reservados exclusivamente para reuniones del Poder Popular o la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP). “En tribunas y sala de mítines, en eso han convertido la gran pantalla de mi pueblo”, lamenta Ambrosio Fernández, anciano residente en San Nicolás, Mayabeque.

De esta misma zona es Vivian Alfonso. Conserva en su memoria la última noche que se sentó en la taquilla de paredes de cristal, a venderles entradas a niños y padres eufóricos. “Fue hace como 5 meses. Vino un circo y había un espectáculo infantil. Pero en realidad para ver un filme no he vuelto a despachar ni una sola papeleta. Me cuesta sacar la cuenta, pero creo que hace diez años”.

Cine Los Palos, Nueva Paz

Lupe explica que previo a que se apagaran definitivamente, era tendencia llevar a los estudiantes de las escuelas a ver películas, que generalmente eran de producción nacional y guardaban relación con la historia de Cuba. “Era una coordinación directa con la escuela. Las maestras traían a los muchachos. Por supuesto que era gratis. Pero luego, hasta eso se perdió”.

Los pobladores y antiguos empleados de los cines de provincia alegan que en varios casos han incidido las pésimas condiciones de infraestructura. Aunque la mayoría insiste en que la despreocupación y la falta de interés han sido determinantes. “Cuando preguntas por qué no funcionan te pueden responder que por problemas eléctricos, por desperfectos en la pantalla, en los asientos o en el sistema de climatización. Hay quien se atreve a hablar de medidas de ahorro. Pero lo cierto es que la desmotivación es lo que pesa en esta historia”.

Ricardo Valera dice que cuando era joven, por allá por los años 50 no necesitaba ir a La Habana para entrar a un cine. Allí mismo, en el municipio de Nueva Paz, a 72 kilómetros de la capital, donde ha vivido desde que nació, disfrutaba de una tanda nocturna cada semana.

“No solo ponían películas, el sitio tenía vida. Antes a los adultos les molestaban las bombitas que los chiquillos tiraban mientras proyectaban algo y se armaba tremendo revuelo. Ahora daríamos cualquier cosa por esa algarabía, por los anuncios lumínicos, por cualquier cosa que destierre la soledad que se les ha metido adentro”.

Texto y fotos: Lucía Jerez

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