En los alrededores de escuelas o de parques donde juegan niños, algunos cubanos se ganan un dinerito con la venta de durofríos y paleticas

Nadie sabe exactamente a quién se le ocurrió picar latas de refresco para hacer moldes para el durofrío. Ni tampoco quién descubrió que un refresco congelado era la perfecta “comida para bobos” que se ha convertido en parte de las costumbres cubanas.

La confección del durofrío en Cuba no tiene ciencia. “Ahora se hace con polvo de Piñata, agua y azúcar porque es lo que aparece, pero sirve cualquier otro tipo de extracto. Mientras más puro mejor, para que el gusto le dure mayor tiempo”, explica Belkis Suárez mientras pone en el refrigerador decenas de laticas. “Aunque no da para vivir bien y menos para ser millonario, garantiza el dinerito diario para gastar en el mercado”, agrega.

Lina tiene 17 años y recuerda que cuando pequeña, a la salida de la escuela, pasaba por casa de una viejita que los vendía para comerse uno camino a casa. “Vendía caramelos a peso y durofríos de todos los sabores. A veces íbamos tan seguido que no le daba tiempo a que se congelaran. Entonces no los dejaba a mitad de precio”.

Antes de ella, ya los compraba su hermana, que ahora tiene 28 años. “Esa era la merienda de las tardes en el barrio, cada uno salía con dos o tres pesos y se iba a comprar. Nadie se cansaba de comerlos, y cuando hacía calor era la única manera de refrescarse”, declara Sandra.

Lo mejor es su costo. “Antes eran a peso, ahora a dos, pero sigue siendo de las pocas cosas baratas que agradece la gente y que se encuentra hasta en los barrios más distinguidos”, comenta Armando Aguiar.

Los vendedores también ofrecen las paleticas. Estas, en forma rectangular, se hacen en Cuba por lo general de jugos de frutas naturales o batidos. Su sabor es más consistente, el producto es mejor elaborado y menos dependiente de una mezcla con agua. Son la variante caribeña de las paleticas patentadas por Frank Epperson. En 1905, con tal solo 11 años, Epperson las ideó por accidente.

Se empezaron primero a hacer en el oriente de la isla y luego se extendió por todo el país. La paleta original ha variado hasta la actualidad con coberturas de chocolate y relleno de helado. Pero las del pueblo común apenas cuestan tres pesos y “lo mismo hay de naranja, de guayaba o de mango, aunque no estemos en temporada de ninguna de esas frutas”, afirma Aleida Peña.

Roselia asegura que después de la comida su hija compra algunas como postre. “Nos sentamos a ver la novela comiendo eso. Yo la echo en un pozuelo, le quito el palito que la aguanta y me la como con cuchara, parece batido”, dice.

“Un señor va a mi pre con una nevera a venderlas a la hora de receso y le vuelan, es como las chucherías, que a todo el mundo le gustan porque son muy ricas”, opina Melissa, de 18 años.

Este peculiar trabajo por cuenta propia muchos lo ejercen sin licencia. “¿Cómo vas a pagar impuestos si apenas tienes ganancias?”, reflexiona una vendedora que prefiere el anonimato. “Comencé a venderlas porque los muchachos de la zona vivían quejándose de la sed cuando jugaban, entonces busqué los recipientes y desde ese día a las cinco de la tarde se me llena el portal de niños. Pero te digo, no es buen negocio. Cuando sacas la cuenta al día lo que ganas son cuatro o cinco pesos, no mucho más”.

Texto y fotos: Vladia Rosa García


 

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