Un comunicado dado a conocer el pasado 10 de enero por el Departamento de Transporte de los EE.UU. expresa que este organismo “tiene la intención de proponer, mediante orden de presentación, un marco normativo y procedimientos de asignación que las compañías aéreas pueden aplicar para realizar vuelos chárter públicos entre Estados Unidos y La Habana (…)” y “establecer un límite en el número de vuelos charters públicos de ida y vuelta a La Habana”. ¿Cuántos serán?

Esa es la pregunta que ahora mismo todo el mundo se está haciendo.

Sin embargo, la nota del DOT arroja más luces al respecto, ya que de manera “subliminal” recuerda que en el año precedente este tipo de viajes se aproximaron a los 3 mil 600 viajes de ida y regreso.

La nota sin embargo no refleja que algunos de esos viajes charters fueron “coordinados” cuando aún estaban permitidas las doce categorías de viajes mediante las cuales un ciudadano norteamericano, por ejemplo, podía viajar a la isla.


Aunque este número ni siquiera representaría un vuelo diario, no deja de sumar en una medida que a todas luces tiene a la comunidad cubana dividida y desconcertada.


Muchos que no son cubanos se encuentran desconcertados además, por el hecho de que no pocos residentes en la capital cubana consideren como “intrascendente para ellos” si eliminan o no los vuelos al interior del país; mientras que otros van incluso más allá, y piden que eliminen todos los vuelos.

El Gobierno de Estados Unidos anunció que se suspendían vuelos chárteres al interior de Cuba y limitó los destinados a La Habana, y en las redes sociales se vive una encarnizada batalla entre los detractores de la medida, apegados más al sentimiento familiar y de unión entre las dos orillas, y aquellos otros que la celebran pues refuerza el cerco comercial tendido por la administración de Donald Trump a la isla.

Mientras, los afectados, muchos de ellos sin reconocer las herramientas de poder que aún pudieran hacer ver lo negativo de la medida, al menos, ya enfocan sus miradas hacia Cancún en México, y las islas de Gran Caimán y Jamaica, como posibles terceros países a los que pudieran viajar para luego llegar a Camagüey, Holguín y Santiago de Cuba, fundamentalmente.

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