La primera dama cubana se aventura en un festival culinario que algunos califican como de lujo y derroche
En el lujo no hay crisis, y eso también se cumple en Cuba. Desde la tarde de ayer se desarrolla en nuestro país el Segundo Taller Internacional Cuba Sabe 2020, con sede en el Hotel Iberostar Grand Packard, de La Habana Vieja. Hasta el sábado 11 de enero, Italia será la nación invitada de honor y profesionales de varias nacionalidades intentarán descubrir la huella culinaria de esa región en la isla.
Organizado y presidido por Lis Cuesta Peraza, primera dama cubana, el evento fue inaugurado para un público selecto con la presencia del gobernante Miguel Díaz-Canel Bermúdez y el recién nombrado Primer Ministro, Manuel Marrero.
Según palabras de los organizadores, “Cuba Sabe es una convocatoria a aprender y degustar sobre la cocina criolla, distinguida recientemente como Patrimonio Cultural de la Nación”. La pregunta es ¿para quién? ¿Asistirá el pueblo cubano a tan bella iniciativa?
La respuesta es, obviamente, negativa. La organización de un evento de tal magnitud contrasta totalmente con la situación alimenticia en Cuba, donde el “no hay” es palabra de orden. Sin embargo, el hecho capaz de dejarnos con la boca abierta es la participación casi nula de cubanos. Nuestros coterráneos, cual viajeros en tierra de nadie, debían abonar la nada despreciable suma de 200 CUC para adquirir una credencial para el evento, esto claro está, acompañado de una exhaustiva planilla de solicitud.
Así, quienes gozan de la costosa acreditación tendrán derecho a disfrutar de clases magistrales, talleres de maridaje, degustaciones, conferencias, tours y tres conciertos exclusivos de Isaac Delgado, Juan Guillermo y Alain Pérez respectivamente.
Quienes no pagaron la inscripción sencillamente no podrán presenciar ninguna de las actividades de la cita, puesto que el hotel está cerrado al público. De acuerdo con uno de los guardias del complejo: “El hotel no está realizando sus funciones habituales y el paso está prohibido para el personal ajeno al evento, la presencia de personajes de primer nivel –de origen nacional y foráneo- así lo exigen”.
Nuestro equipo encontró en las inmediaciones del hotel a uno de los invitados al evento. Aunque prefirió mantenerse en el anonimato, nos contó el lujo con el cual se desarrolla la fiesta: “Hay un derroche espectacular. Infinidad de platos a degustar, un maridaje con vinos de primerísima calidad y tragos gratis después de las seis de la tarde”, declara.
Sin duda alguna, los requisitos para pertenecer a tan selecto grupo dejan fuera a los cubanos comunes. En medio de uno de los municipios más pobres de la ciudad, se celebra un evento para nada inclusivo, cuyo mayor mérito es llenar la boca y bolsillos de quienes no necesitan.
Como dice Silvio, vecino de La Habana Vieja: “uno ya aprendió a acostumbrarse a ver a los poderosos de lejos. Cada día veo, desde mi pequeño negocio –donde vende café y cigarros- el lujo. Hoy por la mañana había tremendo jaleo: carros de lujo en la puerta, gente encopetada entrando. Yo ya ni miro, ¡total!”, finaliza.
Se queda entonces la comida criolla en los lujosos salones donde todo está. No sabrán los expertos extranjeros de la cocina de sustitución, tan de moda en la isla desde hace cincuenta años, y que muchos tratan de ocultar por pena. No conocerán entonces del azúcar quemado para simular salsa china, ni de cuántas comidas pueden hacerse con un caldito de pollo. Para eso necesitarían de las mujeres de a pie, esas que con poco te arman un festín. Esas maestras no tienen, ni de lejos, doscientos dólares para darle a la primera dama.
María Carla Prieto