La Ciudad Deportiva, la Loma de Aróstegui o el Hospital Militar de La Habana del Este son sitios habituales de cruising en Cuba

Michel es todo un macho de pelo en pecho. Mide casi 1.90 m, de constitución fuerte y deportista. Nunca le pasó por la cabeza tener relaciones íntimas con alguien del mismo sexo hasta que un día tardó un poco más en hacer su rutina de entrenamiento en el complejo conocido como Ciudad Deportiva. Al caer los rayos del sol, descubrió en una cabina ruinosa “algo inesperado”, que luego se tornó habitual: practicar cruising.

“Vengo sobre las 7 a hacer mis ejercicios; si encuentro alguien que me llame la atención, pues «me lo como». No soy «pájaro», tengo mi jevita, lo que uno tiene sus necesidades y aquí puedo «matar jugada» siempre. Me gustan más bien «flojitos», pero si aparece algún hombrecito que se vea bien y quiera dejarse coger, pues también le meto el diente”.

El complejo deportivo más importante de la capital es de noche uno de los lugares que funcionan como sitios de encuentros fortuitos, generalmente para gays o bisexuales, una práctica que se conoce como cruising: la búsqueda de relaciones sexuales en un lugar público, de manera anónima, ocasional y para una sola vez. De larga data en Cuba y el mundo, en muchos países occidentales la revolución sexual ha influido considerablemente en su reconfiguración hacia otros espacios formales —dígase bares, saunas o salas de fiesta—, con mayores condiciones higiénicas y de seguridad.

En la isla la situación es diferente. Hasta 1997 el Código Penal, en su artículo 359, sancionaba “con privación de libertad de tres a nueve meses o multa hasta doscientas setenta cuotas o ambas” al que “[hiciera] pública ostentación de su condición de homosexual o [importunara o solicitara] con sus requerimientos a otro”; además, aplicaba para “actos homosexuales en sitio público o en sitio privado pero expuestos a ser vistos involuntariamente por otras personas”.

Este reglamento fue modificado en 1997 por el vigente Decreto-Ley No.175, en el cual se retiró la alusión a la homosexualidad; en su Sección Quinta asume y castiga el Ultraje Sexual (Artículo 303) de la siguiente manera:

“Se sanciona con privación de libertad de tres meses a un año o multa de cien a trescientas cuotas al que:
a) Acose a otro con requerimientos sexuales
b) Ofenda el pudor y las buenas costumbres con exhibiciones o actos obscenos
c) Produzca o ponga en circulación publicaciones, grabados, cintas cinematográficas o magnetofónicas, grabaciones, fotografías, u otros objetos que resulten obscenos, tendentes a pervertir o degradar las buenas costumbres”

Como la ambigüedad de la ley deja un amplio margen de interpretación a qué puede ser una ofensa a las “buenas costumbres” con “actos obscenos”, solo un kamikaze se atrevería a abrir un negocio con una zona destinada al sexo libre o grupal, aunque sea dentro de cuatro paredes y un techo. Lo más cercano a ello son los alquileres por horas, pero en estos, generalmente, se permite nada más que una pareja, y sus precios suelen ser privativos para la mayoría.

Entre el placer, el morbo y el peligro

La Ciudad Deportiva no es el único lugar utilizado para cruising. La Habana tiene varios espacios, conocidos popularmente como “potajeras”, que han sido ocupados por quienes buscan el placer carnal y se atreven a asumir los riesgos. Por la céntrica esquina de Boyeros y Carlos III, en la antigua Loma de Aróstegui —un terreno que bordea la fortaleza militar del Castillo del Príncipe— se ha establecido otra de las zonas que, incluso en horario diurno, se emplea para el cruising.

Ofrendas a las orishas, condones usados, heces fecales, escombros… se amontonan en los trillos y las ruinas de viejas estructuras. Dayron es estudiante de primer año de Derecho en la Universidad de La Habana. Con su mochila a cuestas espera porque aparezca alguien de su agrado antes de ir a clases: “Te puedes encontrar gente de todo tipo. Desde uno del Vedado hasta un viejo sin dientes. A veces se arman cosas entre cuatro y cinco; yo prefiero estar con uno solo, cuando más con dos, pero es difícil buscar privacidad. Este lugar es grande y puedes irte para rincones más escondidos, pero casi siempre hay un «tirador» que le gusta mirar y ¿qué vas a hacer?”.

Como estudiante de leyes Dayron tiene muy claro el peligro que significa estar ahí, pero lo asume porque, según él, carece de otras alternativas:

“Si quieres estar con alguien en Cuba tienes muy pocas opciones. A mí me gustaría poder hacer esto en un sitio limpio y seguro, en el que luego pudiera bañarme. Yo por ahora no busco nada fijo y para encontrar a alguien solo te queda venir aquí o entrar a PlanetRomeo [aplicación para citas homosexuales muy usada en la isla] aunque la gente se da tremenda lija, además no todo el mundo tiene datos móviles”.

Guillermo es investigador del Instituto Pedro Kourí de Medicina Tropical (IPK). Biólogo de profesión y con su doctorado precisamente en enfermedades de transmisión sexual, conoce perfectamente los riesgos; no obstante, busca la forma de satisfacerse minimizado las posibilidades de contagio:

“Aquí vienen algunos que parecen modelos. Los ves fuertecitos, con la piel lozana y por dentro están «en llamas». La gente piensa solo en el VIH, pero también puedes coger sífilis, gonorrea, herpes, que se transmiten hasta por juegos sexuales.

»Hay irresponsables que ven «algo» grande y se vuelven locos; no saben en lo que se están metiendo. Los pacientes de VIH más antiguos a veces vienen al caer la noche, pues tienen la cara deformada por la lipodistrofia [un efecto secundario de las primeras terapias antirretrovirales]. Pero a los más recientes no se les nota; además, hay quien está enfermo y no tiene idea, ahí es incluso más contagioso, porque sin tratamiento la carga viral se dispara”.

Guillermo no se deja tocar por nadie, y lo más que hace es pedirle permiso a dos o tres que estén “haciendo lo suyo” para mirar. “Hay gente que le gusta” afirma. La isla en 2019, según cifras oficiales, ostentaba uno de los índices de VIH menores de América Latina (26 952 personas), el 80% de sexo masculino (aquí se incluyen mujeres transexuales no operadas), pero a estos datos hay que añadirles los no diagnosticados. Por otro lado, la reciente pero sostenida escasez de preservativos convierte a quienes hacen cruising en sujetos especialmente vulnerables.

Las enfermedades no son el único peligro. Juan, profesor del Instituto Superior de Arte, comenta que ha presenciado mucho en los años que lleva recorriendo montes y ruinas:

“He visto robos, pues hay gente que va con sus celulares y hasta cubanos que viven fuera con la billetera llena de dólares y el pasaporte. Hay que estar loco; yo ando con el peso de la guagua y el carné de identidad por si llega la policía, porque ese es otro problema; en ocasiones se llevan a todo el que esté. Si no tienes antecedentes penales, generalmente sales con un susto y una multa por escándalo público, aunque una vez me querían dejar la noche en la estación, pero los amenacé con denunciarlos ante Mariela Castro y enseguida me soltaron. Otro día cogí unas yerbas y dije que estaba haciendo un trabajo de santería y se lo creyeron.

»Si hubiera bares y saunas, como en otros países, esto pasara menos; vendría gente, pero no la misma cantidad, y todo fuera más seguro. Al final, no le hacemos daño a nadie, pero aquí hay mucho atraso en quienes hacen las leyes, la gente tiene mucho miedo. Al final provocan esto: si uno quiere estar con alguien, se tiene que meter en el monte”.

De la carne a las subculturas

La práctica del cruising ha llamado la atención de artistas como Derbis Campos, cuyo lente ha registrado los graffitis con contenido erótico pintados en una zona cercana al Hospital Militar en La Habana del Este. Se trata de antiguos almacenes de armas, abandonados, que han sido tomados para encuentros fortuitos, sobre todo por su arquitectura laberíntica, que los asemeja a algunas instalaciones creadas en otros países para estos fines:

“Era un lugar que visitaba, y descubrí en uno de los compartimentos motivos pictóricos con lenguaje obsceno y sexual. Creí importante dejar una documentación centrada en el ambiente, pues con las personas es un poco más complejo.

Cortesía: Derbis Campos

»Por un problema de seguridad, pues en estos espacios hay personas de todo tipo, fui con mi pareja y dos amigos más, de día. Tuve que llevar la cámara, el trípode, pasamos tiempo probando, viendo las condiciones de luz; las fotos llevaban bastante trabajo, pues había que hacer varios disparos para una misma toma. La gente pasaba, algunos se sorprendían, nadie interactuó; solo los curiosos se quedaban mirando, pero seguían en lo suyo”.

A pesar de que a cada rato los militares pintan con cal las paredes del lugar, las fotografías quedan para registrar los deseos y anhelos de una comunidad sumergida que clama por más y mejores espacios de socialización.

Cortesía: Derbis Campos

La adrenalina del riesgo

Tanto Derbis como los demás entrevistados coinciden en que el cruising es una práctica universal, que en el caso cubano tiene sus peculiaridades. La primera es, definitivamente, la falta de espacios formales para encuentros entre las personas de la comunidad LGBTIQ. La otra, un limbo legal hostil en cuanto a la pertinencia de estos lugares en la sociedad cubana.

Si bien las legislaciones en el mundo son muy diversas, en la mayoría de los países occidentales existen zonas de tolerancia, siempre y cuando no estén a la vista de los transeúntes. Con excepción de un breve texto en la revista Somos Jóvenes del año 2015, la prensa oficial cubana solo ha tocado el tema de refilón. Los otros abordajes están centrados en la práctica del voyeurismo o los conocidos como “tiradores” que acosan, generalmente a las mujeres, desde sitios visibles.

La mayoría de los practicantes del cruising buscan lo contrario: privacidad y anonimato, que mientras les sean negados deberán hallar entre montes y escombros, mientras desafían enfermedades, asaltantes y policías.

Fernando Vargas

(Por la complejidad para grabar en estos sitios, varios testimonios fueron recogidos a base de notas y reconstruidos de memoria. Con el objetivo de proteger las identidades de los testimoniantes, algunos nombres fueron cambiados. Para evitar herir la sensibilidad de los lectores, determinados testimonios fueron levemente adaptados para retirarles el lenguaje directamente obsceno)

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