¿Alguna vez se han preguntado qué habría sido diferente si nos hubieran educado de otra manera? ¿Si no hubiéramos repetido “seremos como el Ché”, si no nos hubieran hecho creer que superar tantísimas adversidades y miserias nos hacía mejores, que el enemigo nos atacaría en cualquier instante, que todo lo cubano es mejor y que el helado Coppelia era el más rico del mundo? ¿Seríamos diferentes ahora?
Hace 6 años publiqué en mi muro de Facebook una foto que se volvería viral. Mi sobrino, quien iba a cumplir 8 años, ganó una reprimenda por responder sinceramente a una tarea escolar sobre el primero de mayo.
“¿Te gustaría ir al desfile del primero de Mayo? ¿Por qué?”– preguntaba la maestra. “No me gustaría ir al desfile del primero de Mayo porque odio caminar”– respondió mi sobrino y por supuesto se ganó un suspenso. “No es la respuesta que se quiere”– señaló la docente.
Entonces comprendí a mis padres. Debe haber sido difícil para ellos educarnos en contra de sus propias ideas en los años más extremistas de la revolución. Saber que dejarnos creer lo que nos enseñaban en la escuela, aún cuando ellos pensaban lo contrario, era la mejor manera de mantenernos seguros. Un dilema enorme para cualquier progenitor.
Afortunadamente mi hermana y su familia ya tenían cita para la entrevista de reagrupación familiar en la embajada de los Estados Unidos. Nuestro niño sería el primero de nosotros en romper ese ciclo.
Cuando llegó a los Estados Unidos Imanol no hablaba inglés. La última maestra que tuvo en Cuba era una “emergente” que les decía “tápense los ojos” y se cambiaba de ropa delante de toda la clase. Si se equivocaban, les gritaba, “¡eres RM!” Mi sobrino nos contó entre risas que apenas acababa de enterarse de que RM significaba retrasado mental y que cuando la maestra decía no miren, todos los niños hacían lo contrario, de modo que ya tenía una idea bastante clara de cómo lucía una mujer sin ropa.
Obviamente estábamos preocupados por el proceso de adaptación. Es difícil chocar con el mundo exterior para cualquier cubano, imagínense como vivirá el cambio un niño de ocho años. Sin embargo Imanol nos sorprendió. Aunque las primeras semanas no hablaba en clase, rápidamente notamos la transformación.Siempre le gustó estudiar, pero el nuevo sistema le motivaba.
La maestra nos contó al final de año que durante todo el curso le estuvo dando muchas más tareas que a los demás niños sin que él lo sospechara, porque siempre parecía que podía con más. Ella notó que había una motivación extra en él y decidió potenciarla. Al final del primer semestre Imanol hablaba un inglés excelente y por sus notas decidieron moverlo a la clase de “gifters”.
Han pasado justo seis años desde esa publicación. En todo ese tiempo Imanol nunca ha vuelto a casa con una nota diferente de A. Toca el piano, la guitarra y gana premios en ferias de ciencia con frecuencia. Dice que quiere ser programador. Recibe clases avanzadas, tres cursos por delante de su edad. En agosto entrará a la que finalmente elija de las 5 escuelas High School del programa Magnet que lo aceptaron, todas a las que aplicó.
Aún es pronto para saber hasta dónde puede llegar, pero no es pronto para hacernos algunas preguntas: ¿Qué sería diferente hoy?¿Cuántas malas notas, frustraciones y desmotivaciones más habría sufrido este niño que consiguió su primer suspenso por decir que no quería caminar bajo el sol en el desfile del primero de mayo? ¿Qué oportunidades de futuro tendría ahora?