Usaban diferentes manos para lanzar y fildear pelotas. ¿Eres más de “El lince” o de “El zurdo de oro”?
Dos jardineros centrales, capitalinos de pura cepa y piezas claves en las maquinarias azules que les tocó representar en su tiempo. “El lince” y “El zurdo de oro” llegan hoy a esta sección de comparaciones beisboleras como pretexto perfecto para desempolvar la memoria y limpiar el altar donde dejaron sus nombres después de concluidas sus respectivas carreras deportivas.
Usaban diferentes manos para lanzar y fildear pelotas, de razas distintas y personalidades nada convergentes, pero con una pasión y un respeto por el béisbol que los inmortalizó en la memoria de los aficionados.
Carlos Tabares, “El lince”
Gimnasta en sus primeros años de vida, este carismático pelotero trajo al terreno de béisbol las habilidades aprendidas en su niñez para dejarles a los aficionados un extenso archivo de jugadas espectaculares durante los 25 años que estuvo patrullando la pradera central.
Ágil, de reacciones felinas, rápido de piernas, pícaro y siempre atento a todo lo que se movía dentro del diamante, el mítico número 56 de la capital fue un digno guardián de su posición hasta los últimos días que salió al césped como jugador activo.
Líder indiscutible dentro de un conjunto, exhibió con orgullo sus grados de capitán durante 17 campañas y logró llevar a sus vitrinas seis trofeos de campeón con su equipo Industriales.
Habilidoso en la caja de bateo, buen tocador de bolas y “ladrón” de bases por naturaleza, este hombre pequeño de estatura pero grande en el ruedo, participó en mil 760 partidos durante su vida, conectó mil 956 imparables con 102 cuadrangulares incluidos, remolcó 815 carreras y promedió para 307 de average.
Vistiendo los colores del equipo Cuba fue tres veces campeón mundial (Italia-1998, Habana-2003 y Holanda-2005), y obtuvo la medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Santo Domingo 2003 y en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, donde realizó una atrapada de leyenda contra el equipo australiano: engañó con su astucia a los árbitros, que nunca se percataron que la bola había golpeado la barda por el jardín central.
Su frase “vamos a dejar la piel en el terreno”, previa a la participación de Cuba en el primer Clásico Mundial de béisbol, recorrió el mundo y fue motivo de inspiración para que la selección nacional se alzara con la medalla de plata, en una de las actuaciones más importantes en la historia de este deporte en la isla.
Javier Méndez, “El zurdo de oro”
Una lesión mientras practicaba fútbol en su niñez lo alejó de ese deporte y lo trajo a los terrenos de béisbol, para suerte de los amantes del mayor pasatiempo cubano.
Durante 22 temporadas este pelotero capitalino de la “mano equivocada”, tímido, respetuoso, disciplinado y caballeroso en el terreno de pelota, se mantuvo rindiendo al máximo para la causa azul al punto de retirarse por todo lo alto al tener ese año su mejor campaña con 19 bambinazos y 92 impulsadas, lo que constituyó todo un récord nacional en el momento.
Gran fildeador en el jardín central, se hizo célebre por sus espectaculares “guantazos” que arrancaban aplausos y levantaban al público de sus asientos, así como por sus dramáticas atrapadas hacia todas las bandas del terreno.
Dueño de una de las técnicas de bateo más depuradas jamás vistas, este tercer madero del equipo Industriales se coronó cuatro veces campeón en torneos domésticos, logrando varios lideratos en su carrera, entre ellos su average de 462 en una Copa Revolución, récord que se mantuvo vigente durante ocho años en eventos nacionales.
De por vida pegó 2110 indiscutibles, 381 dobletes y 191 jonrones, además de remolcar 1174 carreras con un promedio al bate de 327 y un sluggin de 488.
A pesar de su excelente desempeño, diferentes lesiones y decisiones controvertidas de técnicos y directivos lo privaron muchas veces de integrar el equipo nacional, lo logró en cinco oportunidades, una de ellas a los Juegos Olímpicos de Sidney 2000 donde se alcanzó la presea plateada.
Roque Díaz
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