Nadie entiende cómo sigue en pie el edificio de Belascoaín y San Miguel. Una reportera de Cubacomenta recorre las ruinas acompañada de vecinos que aún viven allí

Los transeúntes habaneros pasan por Belascoaín y San Miguel, Centro Habana, como si fueran ciegos. Incluso los vecinos que allí habitan, bajan a botar la basura ya sin problema, víctimas por la amnesia que da el día a día. Pero pocos en la cuadra se atreven a subir al edificio que hace esquina. De hecho, salvo por los más allegados, se ignora que aún viva gente allá arriba.

Vicky se persigna cuando le digo que voy a subir al edificio de Belascoaín y San Miguel. Me parece mala señal. De las vecinas más antiguas del barrio, no puede olvidar la vez que, hace tres años, los vecinos del primer piso vinieron a parar al medio de la calle, en una tarde cualquiera.

Lo que era la primera planta

“La muchacha tenía apenas 10 días de parida. Ella estaba dándole el pecho al bebé en el sillón, mientras su madre veía la televisión al lado de ella y su esposo estaba en el balcón. Él se quedó en ese espacio, el cual resistió, pero ella y la madre cayeron sentadas ahí mismo, hasta se le abrió la cesárea”, recuerda.

Escombros del derrumbe del primer piso. Hoy un vertedero más de La Habana

A años del suceso no visita a nadie allí, “más porque la gente tira basuras y escombros debajo, entonces cuando viene comunales a recogerlo, trabaja con maquinaria pesada, palas, que continúan resintiendo la estructura”, concluye.

Preocupada, vuelve a preguntarme si entraré. Afirmo y me despide cordialmente, no sin antes advertirme pisar con cuidado, “pues del diablo son las cosas y eres muy joven”.

En el segundo piso de Belascoaín y San Miguel me reciben Raúl y Yolanda, su madre. Ellos viven en la parte salvable, por San Rafael. Según cuenta Yolanda, llevan años intentando lograr la demolición del ala izquierda, sin éxito alguno.

Su hablar es pausado. “Hemos ido a todas las instancias habidas y por haber. Del otro lado solo vive una familia pues, menos el piso de su casa, todos los demás vinieron abajo. Ellos tienen orden de albergue pero no han querido irse”. Yolanda explica que  la vecina de arriba no se ha cansado de hacer los trámites, presentando el caso en todas las instancias posibles.

Vamos en busca de la vecina de arriba. Cuando tocamos a su puerta, nos abre una señora asustadiza, de más de ochenta años, y nos deja saber que su hija está en el baño. Decidimos verla a la vuelta.

Ya en la azotea, el panorama es desolador. Hay que cuidar muy bien donde se pisa, pues te da la sensación de que el suelo puede abrirse bajo tus pies en cualquier momento. A través de los huecos en la cubierta, pueden verse las casas, que dan la sensación de estar habitadas.

“Como el suelo se cayó, muchas familias debieron irse con lo puesto; en algunas ventanas se ve ropa tendida, el apartamento frente al mío aún tiene algunas pertenencias del anterior vecino, las cuales fueron imposibles de recoger al no haber un por dónde caminar”, nos dice Raúl.

En el ala derecha de la azotea, hay dos jóvenes volando sus palomas. Uno de ellos sobrevive allí, en un amasijo de tejas de cinc, madera y mampostería, sin siquiera un baño donde hacer sus necesidades.

Criadero de palomas
Aquí pernocta Eduardo

Como los demás vecinos, Eduardo también tiene una orden de albergue. De hecho, su mamá ya está en uno; pero él está decidido a permanecer. “Nos mandaron para un albergue en Boyeros. Yo no conozco a nadie allí, tendría que dejarlo todo atrás y esa no es mi idea, prefiero estar aquí mientras dure, después veré”, finaliza.

Desde arriba, por el respiradero original del edificio, hablamos con un adolescente, enfundado en un albornoz azul, de felpa, e ignorando el calor infernal. Él y su familia son los que resisten en el lado izquierdo.

Randelis, su madre, rememora la sombrilla que usaban antes, a modo de protección, para entrar al baño. Cuando el lado derecho se derrumbó, ellos se quedaron sin el techo de un cuarto –que ahora usan de patio, para criar gallinas- y con una cantidad importante de escombros sobre la cubierta del baño.

“La empresa de demoliciones primero nos dijo que ellos no sabían cómo bajar los escombros, después que era muy difícil, pues debían solicitar el presupuesto para el alquiler de una grúa, cerrar la calle, en fin, mucho papeleo. Mientras, nosotros teníamos el techo en el aire. Finamente, los hombres del edificio, con una soga, lograron bajar los escombros”, agrega Randelis.

Aunque muchos la critiquen, esta madre está decidida a permanecer en su casa hasta las últimas consecuencias, pues en ella tiene puesto el sacrificio de años.

“Nos dieron orden de albergue en La Casona del Aeropuerto, en lo último de Boyeros. El problema es que eso no es un albergue, sino un motel y, como tal, solo podíamos llevar la ropa, el resto de las pertenencias debía permanecer aquí: que me las llevan por el hueco del techo y nadie se entera”.

Ante el reclamo de un lugar para dejar sus muebles, el Estado le dio la posibilidad de ponerlos en un almacén: “pero no nos daban un espacio, aunque fuese pequeño, en exclusividad, con la llave. Para mí es lo mismo, pues un buen día llegas y te dejaron el carapacho del frío, y a esa hora no fue nadie”.

El esposo de Randelis me sigue enseñando el desastre. La casa, otrora enorme, ahora se resume a la sala –donde duerme el niño-, un cuarto, el baño y la cocina, apuntalada con una T de madera enorme. “El balcón está en un hilo, ya ni siquiera podemos tender en él y el baño cualquier día nos cae encima. Cuando el Habana 500, pintaron todos los edificios para la foto, y este lo borraron en la computadora, pero bueno, este es el país donde miserablemente vivimos”, admite con dolor.

La vecina que esperábamos sale por fin del baño. Me detalla su largo peregrinar por las instituciones: “Ayer mismo estuve en vivienda, y me dijeron que este edificio está en el plan de demoliciones de este año, al menos la parte izquierda; aunque no ha venido ningún arquitecto a hacer el estudio”. Ella está muy interesada en resolver su problema. Como tal, le aterran los periodistas independientes, pues las autoridades pueden relegarlos al último puesto de las prioridades si colaboran con ellos. Me despido.

Me voy definitivamente. Respiro profundo en la puerta: “Sobreviví, contra todos los pronósticos”. Inconscientemente, paso por debajo de un balcón, casi abierto, de los que casi seguro no resistirán a las aguas de mayo. Me aseguran los vecinos que la pared de bloques, construida a modo de cierre, para evitar intrusos, se desplomó sobre la avenida un día. “Entonces no había Facebook para subirlo”. Incluso eso puede matarme ahora, mientras le camino de cerca. En todo el edificio no hay ninguna cinta o señalización. Me gustaría dejarlo muy claro, para que cuando se dé la próxima e inminente desgracia, no aparezcan vecinos fantasmas en el diario oficialista Granma y acusen a algunos habaneros de negligentes.

Texto y fotos: María Carla Prieto

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2 Comments

  1. La verdad es la verdad.
    La habana es un cementerio de sombis andantes de día y de noche.
    Al ver los imponentes hoteles nuevos como el de la esquina de Malecón y prado y otros re modelados a plena funcionalidad después de estar deteriorados por los años
    de veras te das cuenta cuanto vale un pueblo para aquellos que aun odian y critican los países que viven en políticas diferentes.
    La mejor manera de retomar estos espacios es dejarlos caer con las personas dentro asi los solares son recuperados para poder ofrecer los espacios a inversionistas que se interesen en construir en la habana del nuevo orden politico de Cuba, que bien según ellos es socialismo con miras a cambios como el de china,pero nada tenemos educación gratis y medicina de primera gratuita graduamos y exportamos medicos y ningún niño se acuesta sin comer y sin pañoleta de pioneros y se levantan an otro día diciendo pioneros por comunismo seremos como el che. Pero ahora el dinero de los autos que logren vender a esos desorbitantes precios serán destinados a la reparación de edificios y derrumbar los que ya no pueden ser recuperados para poner casas de campañas militares para que no pierdan al menos sus terrenos.Por que ni eso puedes tener el derecho a tener la propiedad del terreno y bueno cuando se levante alguna edification ahí poder tener derecho a ser recompensado por tu parcela .

    1. hola, roberto. gracias por compartir con cubacomenta sus reflexiones tras leer el artículo del estado actual del edificio de Belascoaín y San Miguel. saludos

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