La policía en Cuba, con solo alzar la cabeza, vería el negocio de las antenas ilegales. Pero ya no son tan perseguidas
Hace años que en casa de Jorge se ven muchos más canales que los que presenta la televisión cubana. Partidos de fútbol en vivo, noticieros de Univision y Telemundo, el show de Alexis Valdés, el de Carlucho, el programa mañanero Despierta América, y una decena de telenovelas colombianas y mexicanas, son de las opciones que componen la parrilla televisiva de esa familia. Gracias a las antenas ilegales.
“Desde el 2005 cuando aquí no había Internet ni soñando, la censura daba al pecho y a Fidel Castro se le ocurría hacer Mesas Redondas de hasta 6 horas transmitidas por todos los canales, yo decidí pagar para tener una antena ilegal que me permitiera acceder a televisoras extranjeras. Costaba 60 CUC al mes. Había que ponerlo bajito para que los vecinos no advirtieran que el sonido no era de la programación cubana”, cuenta Jorge.
Durante mucho tiempo los Comité de Defensa de la Revolución (CDR) y los órganos de la Policía del país añadieron a su agenda de persecuciones, detectar en qué casas habían antenas ilegales, cables o parabólicas, como también eran llamadas. En los barrios, sobre todo de la capital, se desató una cacería de brujas.
No faltaban las personas que tenían estos dispositivos en las azoteas y que por miedo a ser descubiertos los tapaban con trapos, cubetas o nylon. “Para entonces eso podía representar hasta 5 años de cárcel, pues para el gobierno la programación extranjera tenía una ideología envenenada y formaba parte de un plan subversivo contra la isla. Hasta de contrarrevolucionario te podían acusar si te encontraban alguna”, recuerda Alexis Salgado.
Aquello que más cautivaba a la gente y la hacía correr el riesgo de privarse de la libertad, era, además del contenido atractivo y novedoso, el sello de “prohibido”. Tender un cable por encima de la placa, conectar a varios vecinos, mirar la televisión con adrenalina y saber que lo que estaban viendo era un placer del que no disfrutaba la mayoría. Es una historia que cuentan con picardía muchos cubanos. Aunque en ella está implícita la violación del estado a los derechos más elementales.
Si bien todavía estas antenas o cables siguen siendo ilegales, el nivel de acecho ha disminuido. Con el acceso a Internet para una mayor parte de la población, las autoridades han comprendido que el veneno más peligroso para la “ideología” no está en los shows o noticieros de Miami, ni en los espectáculos de Nuestra Belleza Latina.
Lo que continúa considerándose ilícito es el negocio que está enlazado a esto.
Varios son los ciudadanos que se dedican a conectar cables de una vivienda a otra y distribuyendo la señal desde un centro. “Mi vecino tiene una red de aproximadamente 15 apartamentos”, dice Diana Gómez. “Todos tenemos un cable puesto que lleva hasta una antena parabólica que tiene él en su casa. La entró al país de forma clandestina hace una pila de años. Entonces él mismo configura lo que saldrá por cada canal. A veces logran alcanzar varios edificios. La policía se puede dar cuenta, porque en algunos casos, solo es cuestión de alzar la cabeza”.
Según Irma Marrero, los precios ahora oscilan por los 10 o 15 CUC. La cifra ha disminuido porque ya son más las personas que se dedican a esto y con el Internet, las Wi-Fi y el paquete semanal, se han encontrado otras alternativas. Ya se habla de eso hasta con cierta normalidad pero hubo un tiempo donde la gente se encerraba para ver el televisor y había que vivir escondiéndose de los cederistas y chivatos. Era también cuando se escuchaba Radio Martí muy bajito y te delataba la musiquita. Imagínate, no había por dónde informarse y ver la otra parte de la película. ¡Qué historias tiene este país!”
Texto y fotos: Lucía Jerez