La bahía de La Habana en el punto de mira: “Por la putrefacción e insalubridad que la envenena le podríamos llamar nuestro pequeño mar negro”

Aunque durante el pasado año la noticia de que España donaría más de 8 millones de dólares para sanear la bahía de La Habana llenó de esperanza a habaneros y foráneos, todo parece haber quedado en palabras.

Últimamente es recurrente la preocupación de ciudadanos y ambientalistas respecto a la contaminación de la bahía de La Habana. “Por la putrefacción e insalubridad que la envenena le podríamos llamar nuestro pequeño mar negro”, refiere la geógrafa Elsa Ruiz.

Según un artículo publicado por el sitio oficialista Cubadebate, “en los márgenes de la bahía se asientan aún más de 100 industrias e instalaciones que vierten sus aguas residuales al cuerpo de agua”, por lo que “el monitoreo y los estudios entre 2006 y 2019 confirman que su calidad ambiental sigue siendo desfavorable”.

En el citado artículo se explica además que “a esto se suman los aportes de los ríos Luyanó (a él tributan alrededor de 30 industrias, más de siete colectores de aguas residuales urbanas procedentes de los repartos periféricos y 16 drenajes pluviales y ramales de alcantarillado) y Martín Pérez (aguas residuales de más de 15 industrias e instalaciones, vertimientos de 10 drenajes pluviales y ramales de alcantarillado de los repartos asentados en su cuenca), así como los del arroyo Tadeo (aguas residuales de 15 ramales de alcantarillado y los drenajes de una parte del sector urbano de los municipios Regla y Guanabacoa), y los drenes Agua Dulce, Matadero y San Nicolás.”.

A juicio de la ambientalista Norka Díaz, una de las fábricas con mayores índices de contaminación es la Refinería Ñico López, situada al sureste de la bahía. “Sobre el mediodía y el atardecer es impresionante ver la línea de humo negro que desprende. El fenómeno perjudica a la atmósfera y los vertimientos de desechos a la ensenada son constantes. Vecinos de los municipios Regla y Habana del Este se quejan seguidamente de la intoxicación a la que se encuentran expuestos”.

Sonia Carrillo, habitante de Regla comentó vía telefónica que tanto ella, como muchos de quienes habitan esa zona “perciben el hedor que se desprende, sobre todo, en los horarios de mayor actividad de la planta, cuando la llama se enciende y comienza la suspensión de gases dañinos”.

“El olor llega a ser asfixiante, es una mezcla de petróleo y goma ardiendo que ha producido alergias y problemas respiratorios a más de uno de los que vivimos aquí. La respuesta de las autoridades es siempre la misma, ‘estamos trabajando en ello. Es una prioridad para el plan de desarrollo’, pero nada más”, agrega otra de las residentes en ese municipio.

De acuerdo con el análisis de las emisiones atmosféricas de las fuentes fijas de La Habana, publicado por la Revista Cubana de Meteorología en 2016, la Refinería Ñico López, la Termoeléctrica de Tallapiedra y la Antillana de Acero, en el municipio del Cotorro son las industrias que más efectos perjudiciales emiten a la atmósfera, y sobre las cuales se deben mantener medidas de control y seguridad ambiental en la bahía.

Arnaldo Arenas, ingeniero hidráulico, asegura que el presupuesto económico es indispensable para llevar acabo todos los planes concebidos para el saneamiento. “Sería absurdo iniciar obras de limpieza en la ensenada, si el problema de los vertimientos en las fábricas no se trata. Primeramente, hay que idear sistemas que filtren los desechos antes de terminar en el mar, o, de lo contrario, reubicar esas industrias en zonas alejadas de la ciudad, donde el peligro no adquiera tales dimensiones”.

Gilberto Alomá, un fotógrafo enamorado del vuelo descrito por las aves marinas, desde el año 2016 dejó de ver la bahía de La Habana como su segundo hogar. “Me avergonzaba de que mis fotos nacieran de un charco gigante de plásticos y aceite. Además, ya no tenía sentido. No he vuelto a ver pelícanos allí”.

El discurso oficialista en la isla promueve con énfasis un atractivo Plan de Desarrollo de la Bahía, el cual pretende darle mayor participación en la vida citadina y hacer de ella un espacio recreativo, mientras aprovecha la entrada de cruceros para fortalecer allí el turismo ecológico. No obstante, ninguno de estos proyectos podrá materializarse en tanto la bahía siga siendo el vertedero de la ciudad.

Lucía Jerez


 

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