No todos en Guanabacoa han corrido la misma suerte después del tornado. Algunos vecinos recibieron ayudas, pero otros se las han arreglado como han podido
“El tiempo estaba malo por la lluvia, como dijeron en el televisor pero no teníamos por qué preocuparnos. Todo fue muy rápido. Quitaron la corriente por las ráfagas de aire tan fuertes pero nadie se imaginó lo que se avecinaba. El problema vino pasadas las ocho de la noche, fue de película, la peor tormenta que he vivido en mis 50 años”.
Aquel domingo 27 de enero de 2019 muchos dicen que volvieron a nacer. “Lo que sentía en la mañana era aún más fuerte que la incertidumbre y el miedo de la noche”, recuerda Blanca. “Cuando salió el sol no quedaba de nada, solo escombros por montones”.
En Guanabacoa se registraron 1184 viviendas dañadas. De allí es Mayra, de un sitio conocido como el Callejón de los Chinos. Esta señora se quedó sin techo, sin paredes, sin ventanas, “hasta sin deseos de vivir”.
El viento se llevó lo poco que teníamos. Estuve viviendo por ocho meses albergada, en espera de un lugar hacia donde ir con mi familia. Por semanas llegaban algunas donaciones, pero no siempre permitían que no las entregaran en persona. Cuando por fin nos dieron dónde vivir, tuvimos que pagar por cada “ayuda” que brindó el gobierno.
Durante la madrugada del 28, Zenaida durmió en el hospital. Su esposo recibió un golpe en la cabeza tratando de salvar las pertenencias “que tanto sacrificio cuestan conseguir en este país”.
No fue nada grave. En el momento lloraba sin control, por él y porque sabía que cuando regresara no encontraría nada. Antes de ir para las residencias, lugar para donde nos mandó el gobierno municipal, dormimos dos días con cartones en el techo y sábanas en el piso para rescatar algo, lo que fuese, porque a nadie le importaba lo que habíamos perdido.
Por los alrededores de la zona que fue devastada también vivía Luis, en el barrio de Castanedo. Su hogar forma parte de los 151 derrumbes totales que se registraron por aquella fecha en Guanabacoa. Cuenta que luego de la lluvia no pudo recuperar nada, “ni siquiera la ropa servía”.
Pasé 10 meses entre locales del Estado y casas de vecinos. Esperando. Iba casi todos los días a preguntar a Vivienda, y solo escuchaba promesas que al final no se cumplieron. Recibí un espacio pequeño con una cama cuando me aseguraron que todos los muebles de dentro de la casa estarían incluidos a la hora de entregármela. Mentiras, solo mentiras fueron las promesas de gobierno.
En la comunidad de Castanedo hubo que empezar de cero. “Hasta el asfalto de las calles se hizo nuevo porque el tornado no creyó en nada”, aclara Gonzalo, quien reside cerca del lugar.
Cuando pasó “la tormenta del siglo”, como le llaman los de Guanabacoa, no se encontraba en su domicilio. Como de costumbre había salido a jugar dominó con sus amigos del barrio. “Pensaba que me daría un infarto. Mientras las cosas me caían arriba sólo tenía cabeza para mi mujer que se había quedado planchando la ropa del trabajo para el día siguiente”. Al regresar, el frente de la vivienda ya no existía, y su compañera tenía heridas leves en el brazo.
La Casa de Abuelos de Nalón fue el lugar donde dormimos por varias semanas hasta que nos dieron todos los materiales para reparar los daños. Poquito a poco hemos hecho algunos arreglitos pero nos falta. En ocasiones se pierden de los puntos estatales los materiales necesarios y por la calle con esos precios, no hay Dios que los compre.
Al principio se preocupaban, ahora parece que depende solo de nosotros buscar cómo arreglar lo que va quedando.
Su hogar, aún sin terminar, está cerca del edificio de cinco plantas construido después del tornado. El parque, las luminarias y los teléfonos públicos es lo que el gobierno ha priorizado.
Una historia diferente narran Sergio y Regino, dos ancianos que no pudieron detener la fuerza del agua y del viento ni con una puerta y doble seguro, ni con un palo de madera dura, ni con sus brazos. El techo viajó hasta un patio trasero, los colchones se “empaparon de agua” y lo “poco que teníamos de equipos en la cocina” se echó a perder.
Nadie nos tocó la puerta para preguntar. La mayoría lo hicimos por nuestra cuenta, con la ayuda de los vecinos y lo que encontráramos tirado que pudiese servirnos. Así levantamos el techo, sino todavía los huecos estuvieran en el mismo lugar donde los puso el tornado.
Un año separa ya la angustia de ese cuarto de minuto en el que muchos lo perdieron todo. El tornado que prefieren dejar atrás, se hace más fuerte con los recuerdos, los huecos de las ventanas y los pedazos que faltan en el tejado.
Texto y fotos: Vladia Rosa García