No se admite la crisis, pero en Santiago de Cuba los polígonos de producción artesanal se multiplican. Están pensados para “tiempo de guerra o períodos de desastres naturales”, según la propia prensa oficialista
Muchos no exageran cuando aseguran que en la isla se experimenta un retroceso que abarca todas las esferas. “Es como si estuviéramos volviendo de la máquina tejedora a la rueca”, reflexiona Rubén Amaro de 59 años. Pero en realidad muy poco le impresiona ya a un pueblo que ha envejecido escuchando que la moringa sustituye la proteína de la carne de res, que el chocolatín de la bodega trae incluida la leche y que el huevo es dañino para la salud.
Este 21 de enero, el periódico oficialista Juventud Rebelde hablaba de otro “hallazgo”. Con tono ridículamente optimista, alababa una industria en la provincia oriental de Santiago de Cuba, en la que se implementó una estrategia para elaborar comestibles de manera artesanal sin utilizar combustible diésel y ahorrando al máximo energía eléctrica y otros recursos. La alternativa comenzó en la conocida Fábrica de Barquillos y se ha extendido ya a todos los municipios de esa región, hasta llegar a 11 polígonos.
Según el diario oficialista, “la idea, pensada para tiempo de guerra o períodos de desastres naturales cobró vida experimentalmente desde marzo del pasado año”. Lo cierto es que más de veinte insumos se están produciendo allí entre los que destacan los barquillos, galletas de arroz y yuca, turrones, licores, caramelos, mayonesa, queques, casabe, refrescos instantáneos, etc.
A juicio de Leonel Sarmiento, licenciado en Economía, el hecho de que se adopte y se extienda por todo el territorio una variante que fue prevista para situaciones extremas de crisis, por el paso de fenómenos atmosféricos o conflictos bélicos, revela que el país lamentablemente no ha salido nunca de la escasez, y perfecciona mecanismos para vivir en el caos. Continuamos en una coyuntura, que a su vez es Período Especial, del que nunca hemos salido”.
“Lo que sucedía era que había una falta tremenda de comida, la gente estaba desesperada y ellos no tenían capital de ningún tipo para salir adelante”, cuenta Ismelio Rodríguez, santiaguero residente en La Habana. “Por eso tuvieron que pedirle peras al olmo e inventarse un plan que resulta risible. Porque yo, la verdad, todavía no me imagino una fila de obreros en una fábrica haciendo barquillos con las manos”.
Mirtha Suárez sostiene que los medios y el gobierno provincial de Santiago de Cuba enfocan estas prácticas en la preservación de las recetas tradicionales y a los remedios caseros. “Sin embargo, no existe nada más alejado de eso. Me crié en el oriente del país, en una familia de cocineras distinguidas y nunca vi un pan de calabaza con boniato, una galleta de arroz, o cualquiera de esos nuevos aportes, de los cuales se enorgullecen los funcionarios. Está claro que todo responde a una cuestión de necesidad. Es admirable que se abogue por los proyectos sustentables y se creen medidas y opciones encaminadas a proteger los recursos, siempre y cuando no implique un retroceso de tal magnitud”.
Lucía Jerez