Cambió su nombre por Variedades 23 y 10, pero para muchos sigue siendo el Ten Cent del Vedado. Los habaneros lo frecuentan para comprar alimentos o productos de aseo
En el Vedado capitalino funcionaba uno de los Ten Cent más surtidos y concurridos de La Habana. Los ciudadanos lo conocían con el nombre de 23 y 10, debido a la esquina donde se encontraba situado. “Antes del 59 le llamaban el Woolworth, igual que al de la calle Galiano, y ahí era posible encontrar hasta lo insignificante, sobre todo artículos para el hogar”, cuenta Manolo Fernández, vecino del lugar.
Hoy el sitio es conocido como Variedades 23 y 10, y si bien los precios suelen dispararse y los espacios vacíos en los exhibidores aumentan cada día, continúa siendo muy frecuentado. “Aquí hay desde productos de aseo, hasta comestibles, que son más bien la razón principal por la que acuden los clientes”, comenta Loraine Díaz, vendedora.
En el amplio salón y divididos por mostradores y mesetas conviven cepillos de diente, paquetes de refresco, carnes, embutidos, granos, siropes, latas en conserva, ron y hasta agua natural Ciego Montero, por solo mencionar algunos elementos. “Tú puedes venir a cualquier hora que siempre vas a ver esto repleto de gente”, dice José Carlos Núñez, dependiente.
“La cuestión es que a pesar de que existen otras plazas en la urbe, donde también se vende azúcar, arroz, pastas, etc., el suministro es intermitente; sin embargo, aquí es muy raro que no haya. Por eso las personas llegan desde zonas periféricas. Algunas tienen autos, pero la mayoría se transporta en guagua y deben hacer pequeñas compras para poder sostenerlas hasta su destino. Por lo que suelen regresar varias veces en semana”, añadió.
Para Amaury Mijénez el importe en moneda nacional es uno de los factores que más incide en la demanda que tiene este establecimiento. “Pero no te creas, aunque la cifra esté en pesos cubanos hay ocasiones en que si lo conviertes, terminaría siendo parecido al de la tienda en divisa. No obstante, estos son los menos”.
Isaura Cáceres hace referencia a las monstruosas colas que ha visto desde su balcón, cuando han abastecido con latas de puré de tomate y huevo. “Llega gente de todos los lugares y se llevan las cosas por bulto. La salsa de tomate es uno de los insumos cotizados allí. Vienen en su búsqueda dueños de cafeterías, restaurantes y, por supuesto, amas de casa. Ahora no, porque la situación a nivel nacional está crítica con respecto a este producto y ni en los centros espirituales es fácil adquirirlo”, asegura.
Yosley, empleado de ese punto comercial, explica que en el país no existen mercados mayoristas para los trabajadores por cuenta propia, aun así, el antiguo Ten Cent constituye una opción en la capital. “Como aquí ofertamos muchas cosas en formato grande, me refiero a las latas de mermelada, dulce de fruta bomba, dulce de coco, vegetales encurtidos, macedonias, etc.; los administradores de negocios privados acostumbran a comprarlos. Pero, no sucede así con el resto de la población. Muy pocas familias pueden dar casi 300 pesos por un envase de conservas. Las personas comúnmente entran a buscar arroz, azúcar y ese tipo de alimentos que tienen un costo similar en casi todas las entidades”.
Fina García recuerda que cuando en esa esquina quedaba el famoso Woolworth del Vedado, era placentero no solo entrar a comprar, sino a admirar la limpieza y el orden de la instalación. “Podías ver en las vidrieras de afuera los artículos bien colocados. Los útiles para la casa, la ropa y casi todo lo que desearas. No era una tienda para ricos, era el mercado al que acudía una gran parte de los pobladores”.
Hoy son varios los clientes que cuestionan la falta de higiene en diversos departamentos y el olor desagradable que pulula por el lugar. Según Alfredo Benítez, “la iluminación es otra de las cuestiones pendientes que tiene el área. A veces, a plena luz del día, con tanta aglomeración de personas, allí dentro reina la penumbra”.
Texto y fotos: Lucía Jerez